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viernes, 25 de julio de 2014

XII

Unas horas más tarde, Cristock se puso por fin a los mandos de su Gigante. Franklin aún no había llegado, pero quizás lo hiciera de un momento a otro, así que debería centrarse hoy en su antigua nebulosa, no vaya a ser… —No. ¡Qué diablos! No. No puedo pasarme toda una jornada, ¡con lo cortas que son!, sin averiguar algo nuevo sobre Tierra 2. No puedo. ¡No quiero!— Así que cogió Cristock su memoria portátil y la introdujo en la computadora del Telescopio. Éste se puso en marcha automáticamente a la búsqueda del misterioso sistema solar. Ese tiempo lo empleó Cristock para pensar qué podía hacer en cuanto Franklin apareciese por la puerta. Debía discurrir algún plan, ¿pero cuál? … El caso es que la pantalla ya mostraba Tierra 2 y Cristock seguía sin plan alguno, pero dejó de importarle de inmediato; lo que estaba viendo era de tal majestuosidad que no podía pensar en otra cosa y, como hipnotizado por aquello, continuó en dónde lo había dejado el día anterior, sin más dilación.

Acercó el plano hasta el punto exacto donde había sucedido la caza del mamut. Evidentemente ya no había ni mamut ni neandertales, pero sí había el rastro que habían dejado los homínidos al arrastrar el paquidermo por el suelo. Lo arrastraron a lo largo de toda la pradera, y Cristock siguió el rastro con impaciencia. —La de horas que les habrá llevado arrastrar el animal por todo el campo. ... Habría sido un espectáculo impresionante, lleno de información sobre esta especie de humanos desaparecidos. Tendría que haberlo grabado...— Al llegar a la frondosidad del bosque, se perdió el rastro. Aun así, llevado por su intuición, siguió tras la pista de la tribu. En algún lugar cercano tendrían que tener su guarida; quizás en una cueva, o en chozas de madera... —O al menos eso dice el libro.— Cristock abrió su libro de los neandertales y le echó un vistazo a la página que hablaba sobre los tipos de viviendas que se construían en aquellos tiempos. Sin quitarle ojo al libro, vigila constantemente la pantalla del Telescopio mientras éste se desplaza automáticamente por el bosque. En un momento de despiste, concentrado en unos dibujos del libro, le parece haber visto algo en la pantalla; quizás la dichosa cabaña. Deja el libro y retrocede el movimiento del Telescopio. —Eh... Sí, es una cabaña. ¡Es una cabaña! Pero...— No era una cabaña como la de los dibujos del libro, ni mucho menos.

Aquella vivienda no parecía en absoluto una construcción neandertal. Estaba construida en un pequeño descampado artificial, en medio del bosque. Y artificial también era la palabra que mejor definía la propia construcción. Desde luego construida con maquinaria o al menos herramientas y técnicas de fundición. Nada que ver con la cultura musteriense del paleolítico medio; ni siquiera con las técnicas más avanzadas del paleolítico superior. —Pero en qué estoy pensando¿? Claro está que se trata de algo mucho más moderno y avanzado, ¡mucho más incluso que las construcciones actuales!— Eso no podía ser cosa de homínidos, ni siquiera cosa de humanos... Era una construcción pequeña, del tamaño de una casa normal, pero de corriente no tenía nada. Su techo era de una superficie brillante y totalmente lisa, como pulida; incluso reflectante, y no con forma de tejado tradicional sino plano, perpendicular a las paredes, por lo que tomaba ese tono azul reflejo del cielo. Las paredes casi no podía verlas, tan sólo las de un lado, ya que la visión casi cenital de la imagen se lo impedía. No parecían paredes muy altas, y lo que también sí pudo visualizar fue una pequeña puerta en una de ellas. —¡Una puerta!— Así que se quedó a esperar; estaba seguro de que en cualquier momento alguien saldría, o entraría, por aquella puerta.

Esperó y esperó, muchos segundos y algunos minutos, que para él eran como horas enteras. Decidió entonces capturar un vídeo de todo lo que estaba sucediendo en pantalla, para guardarlo y estudiarlo posteriormente con todo detalle, pues tenía la esperanza e incluso el presentimiento de que algo interesante ocurriría... Y por fin, la puerta se abrió. Se abrió con rapidez y del interior de la vivienda salió corriendo un hombre de Neandertal. Tropezó y calló al suelo, miró hacia atrás, para el interior de la casa y echó a correr hacia el bosque a toda prisa. Cristock lo siguió con la Lente durante unos segundos pero en seguida decidió volver a encuadrar la puerta de la casa; estaba claro que algo más saldría de ahí dentro. Y así fue, nada más pararse de nuevo en la puerta, que seguía abierta, salió otro neandertal, —Parece una mujer.—, que también echó a correr hacia el bosque. Luego apareció otro, y luego otro,... Una tribu entera de neandertales, de unos treinta miembros, salieron del interior de la extrañísima casa. Todos escaparon hacia el bosque, pero Cristock no se atrevió a seguir a ninguno de ellos. Se muere de ganas por saber hacia dónde van todos, pero más interés le procesa el saber de qué escapan todos ellos, y por eso continúa con la vista puesta en aquella puerta. —¡Ojala tuviera dos Telescopios...!—

Cuando por fin ya no salieron más neandertales del interior, se produjo una pequeña pausa y, entonces, un último personaje salió, miró rápidamente a su alrededor, entró de nuevo y cerró la puerta. Todo realizado con movimientos muy, muy esquemáticos. Pero... ¿quién era ese personaje? ¿Por qué iba vestido de esa forma tan extraña? ¿Y qué llevaba en lo alto de la cabeza? ... ¿Era un Homo Sapiens? No, eso desde luego que no. Los Sapiens son algo más altos que los neandertales, y esta persona, este ser, era incluso más bajo que un hombre de Neandertal. Y tampoco parecía uno de ellos en lo que a fisionomía respecta, a juzgar por los rasgos faciales que le pareció observar en ese breve espacio de tiempo y a esa cierta distancia y ángulo casi cenital. De hecho, fisonómicamente eran totalmente opuestos: los neandertales tienen la nariz muy grande y unos ojos escondidos bajo sus prominentes cejas, en cambio este hombre tenía ojos muy expresivos, grandes, y la nariz apenas se le apreciaba. En cuanto al ropaje, el extraño personaje llevaba una fantástica vestimenta ajustada al cuerpo, nada que ver con las pieles de animales que llevan los Homínidos. —Pero todavía tienen menos parecido con nuestra ropa actual…— También resaltaba, sobre todo, esa especie de turbante de color rojizo que el ser llevaba sujeto a la cabeza, lo que le daba más altura de la que en realidad tenía, pero ni así parecía ni más alto que los neandertales, quienes, según el libro de Cristock (y cualquier otro libro sobre el tema...), medían 1,65 metros de media. Por tanto, resumía Cristock, se trataba de un ser de metro y medio de altura a lo sumo, de complexión más bien débil y con rasgos faciales muy suaves e inquietantemente expresivos. Es todo lo que pudo comprobar en el par de segundos que el personaje "salió a escena".

—¡Se abre!— La puerta se abrió de nuevo. Parecía que Cristock iba a tener más tiempo para analizar al personaje con detenimiento. Y del interior salieron ahora dos, tres y hasta cuatro personajes; todos iguales, todos vestidos con ese traje de película de ciencia ficción. Todos con ese turbante... —No. No es un turbante, parece su propio pelo, un pelo rojo muy largo peinado hacia arriba, como si fueran disfrazados; de duendes...— Y los "duendes" miraron a un lado, miraron al otro y por último miraron hacia arriba, lo que a Cristock le impresionó de sobremanera, pues parece que le estén mirando fijamente a los ojos. Realmente lo parecía, a pesar de ser imposible ya que están a años luz de distancia. Se quedaron mucho rato mirando al cielo, quizás a algún pájaro. —Quizás miren al Sol, para guiarse en el tiempo. O puede que- …Dios, parece que estén mirando para mí… Estos tíos me están mirando a mí. ¡Me están mirando a mí!— Los pensamientos de Cristock empezaban a colapsarse ante semejante y grotesca desinformación constante.

Entonces, de pronto, entró Franklin por la puerta del observatorio y saludó, como siempre, con un ímpetu contagioso que levantó a Cristock de su asiento; impulso que aprovechó éste para apagar con disimulo el monitor principal. Se acercó Cristock a su compañero mientras lo saludaba, efusivo de más, disimulando su terror ante la situación. Franklin no era un experto astrónomo, pero comprendía bastante bien el funcionamiento del Telescopio y sus entresijos informáticos, al menos lo suficiente como para saber que, lo que Cristock estaba observando, no era la nebulosa de la que le había hablado. Si bien Cristock había apagado la pantalla principal, se podían leer datos como la distancia o las coordenadas en otras pantallas colindantes, y Franklin parecía haberse fijado en ello con cierta extrañeza.


Cristock se dirigió a la puerta, animando a Franklin a que le siguiera. —Te estaba esperando. Me muero de hambre…— Así que le invitó a cenar algo mientras tomaba un poco el aire. Parece haber dejado a Franklin con las ganas, pero enseguida éste, comensal antes que nada, recapacitó y cedió ante la petición de su amigo. Así pues, Franklin le siguió, pero no sin dejar de echar un último y fugaz vistazo a los paneles de información.

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