Cristock sabía que
hablaba del libro que había estado intentando ocultar todo el tiempo, pero
debía disimular su pleno interés sobre el tema. —Ah, sí… Cosas de mi hija
Abbey.— No obstante también reconoció, entre risas (interpretativas), que a él
también le parecía un tema interesante… Franklin le cogió el libro, en el que,
a pesar de estar mezclado entre los demás documentos y carpetas de Cristock, se
podía leer el título en su lateral. Cris, como le llamaba su compañero, declaró
su interés en algunos temas escolares que durante su etapa colegial a penas le
importaban. —Ya sabes, basta que te obliguen a estudiarlo para que deje de
interesarte. ¿No te ocurría a ti lo mismo?— Franklin ojeaba el libro, sin mucho
interés, tan sólo por curiosear. Mientras, Cristock se preguntaba si este
momento no acabaría siendo un problema para el futuro, ya que tarde o temprano
todo el mundo acabaría enterándose del famoso descubrimiento. Y cuando ello
ocurriese cobraría Franklin consciencia del falso momento que estaba viviendo
en este preciso instante. —¿Por qué no habré escondido bien el libro entre los
demás papeles...?—, cavilaba Cristock. Seguía dándole vueltas al tema, pues
detestaba las mentiras, por pequeñas o piadosas que éstas fueran. Ahora por
tanto se sentía a sí mismo inevitablemente detestado.
Cristock empezaba a
preguntarse hasta cuándo se quedaría Franklin en el observatorio, así que
terminó preguntándoselo. Cuál fue su sorpresa al enterarse que pretendía
quedarse —¿Durante mi sesión en la Lente…?—, pregunta Cristock, y Franklin
asiente mientras le da un mordisco a su bizcocho. El científico hizo entonces
un cálculo aproximado de las horas que Franklin llevaba despierto, auto
convenciéndose de que quizás acabaría desistiendo y marchando a su apartamento
antes incluso de que llegara su turno en el Telescopio. Y realmente era difícil
que pudiera mantenerse despierto durante tanto tiempo y sin descanso, incluso para
un hombre tan activo como él. Era imposible... Pero entonces, Franklin, dijo
algo que escandalizaría a Cristock interiormente. —¿Qué vas a descansar un
rato? ¡…!— Exacto, y luego volvería con las pilas recargadas, más si cabe, para
acompañar a su amigo en su “aburridísimo trabajo”, decía. Se levantó de su
silla y Cristock lo detuvo con impaciencia, pero Franklin nunca da el brazo a
torcer. —Como quieras…— El bueno de Cris, como también le llamaba su colega,
tenía tanto miedo a que pensara que ocultaba algo, que no insistió en rechazar
su compañía. Así pues, su fingida falta de insistencia, unida a los decididos
planes de Franklin, terminarían en lo que parecía inevitable.
Franklin se marchó y Cristock
se sentó de nuevo ante su almuerzo. Fruto de la inercia, una sonrisa se mantuvo
en su cara durante casi medio minuto, el tiempo que necesitó para mentalizarse de
que ya estaba solo de nuevo pero, ¿por cuánto tiempo?
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