Franklin saluda, ya
desde la lejanía, a Cristock con su habitual y empalagosa energía. Cristock le devuelve
amistosamente el saludo a su socio, quien le cuenta que acaba de llegar del
otro lado del mundo. Doce horas de avión con el Sol del atardecer pegándole en
un lado de la cara durante todo el viaje. Y es que el avión iba “tan rápido
como el Sol”, así que éste no paró de broncear su rostro hasta que se ocultó
por fin tras el horizonte al tomar el avión tierra doce horas más tarde... —¿Pero
no había persianas en ese avión? — Franklin siguió hablando sin escuchar la
pregunta de su compañero…
Franklin era una de esas
personas tan enérgicas que cuesta imaginarlas durmiendo por las noches. Igual
que un tiburón, se moriría si dejase de nadar. Cristock en cambio es más como
un delfín; por muy mayor que se haga, sus necesidades de jugar y experimentar
siguen siendo las de un niño.
Los dos socios se van a
tomar algo a la cafetería del observatorio, que a esas horas, las 10:00 p.m.,
estaba aún muy concurrida; nada que ver con las tardías horas del turno de
Cristock, cuando todo el edificio está casi totalmente vacío. En la cafetería,
Franklin le preguntó a Cristock por su nuevo descubrimiento. Durante unas
décimas de segundo un sudor frío recorrió su espalda, pero si algo caracteriza
a Cristock es su frialdad ante circunstancias imprevistas, así que su cara de póker
permaneció impasible ante el comentario y reaccionó inmediatamente con absoluta
serenidad a lo que le estaba preguntando. —Lo sé, una nebulosa no es gran cosa…—
Lo dice con un tono rimbombante. —Pero algún día descubriré algo realmente
importante. Lo presiento.— Inmediatamente Cristock se arrepiente de lo que
acaba de decir. —Seré bocazas…¡!—, piensa. Lo intentó difuminar diciendo que
con el Gigante de arriba todo era posible. Cristock señaló al techo de la
cafetería, pues sobre sus cabezas se encontraba la Lente, bostezando ya,
preparada para una nueva noche de duro trabajo.
Cristock retoma el tema
de la nebulosa y le comenta sus mundanas dudas sobre el nombre que le va a
poner; si el de su mujer o el de su hija. Aunque por supuesto esa cuestión ya
no le interesaba en absoluto. Y es que la nebulosa, a pesar de ser realmente
espectacular, debía dejar paso a un tema mucho más importante, el tema por
excelencia y que mantenía a Cristock en un estado constante de muerto viviente.
Un zombi astrónomo que no buscaba comer cerebros pero sí que el dichoso asunto
le estaba comiendo el suyo propio...
Precisamente por eso, a
penas podía Franklin mantener una conversación fluida con su compañero. La
mirada de Cristock parecía atender vagamente a lo que Franklin le contaba, pues
en realidad su mente no abandonaba Tierra 2 en ningún momento. Tan sólo las
salpicadas preguntas que Franklin le hacía lo despertaban de vez en cuando de
su letargo. El dicharachero compañero hace notar a Cristock que no le está
prestando atención, y se lo hace notar a su manera o sea diciéndoselo
claramente a la cara. Cristock le pide perdón y pone como excusa el cansancio
acumulado por tener que acostarse al amanecer durante varias semanas seguidas, además
de otros asuntos. … De pronto Franklin le pregunta por los neandertales ¡¿?!
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