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viernes, 15 de agosto de 2014

IX

Cansado de filosofar, Cristock se propuso volver con la cacería del mamut, pero ya era tarde. El señor Telescopio avisaba de la salida del Sol y debía cerrarse y apagarse por completo para su descanso diurno. Él, en su condición de robot, permanecía totalmente ajeno a lo grandioso del descubrimiento de su colega humano, y por eso descansará merecidamente y sin ninguna dificultad tras una larga noche de trabajo duro.

La Lente Espía se apaga. Habrá que esperar hasta mañana a últimas horas de la noche para poder seguir investigando la vida de aquellos Neandertales. —Espero no pasarme las 3 horas que tengo buscándolos. No creo que tengan sus cabañas, o sus cuevas, muy lejos de aquel descampado. Cruzaré los dedos hasta entonces.— Y echó la mano a su petaca, sin darse cuenta que ya había acabado con el whisky de un trago hacía un rato. —Bueno, mejor que me vaya a casa. Buenas noches.— Se despidió de su ultra tecnológico amigo y se fue a dormir, o al menos a intentarlo.

Mientras se dirigía a su casa, fue observando a su alrededor casi constantemente. Desde las desérticas instalaciones del observatorio, hasta la llegada a la tranquila urbanización donde vive con su mujer e hija, pasando por el relajante camino en coche que une ambos puntos. No podía pensar en otra cosa. —Esto es demasiado extraño.— Se repetía a sí mismo una y otra vez. Realmente creía que debía haber alguien o algo detrás de todo esto.

A la mañana siguiente, se dirigió temprano (al atardecer) hacia el observatorio; sabía que no podría usar la Lente hasta el final de la noche, pero ¿qué iba a hacer si no? Necesitaba estar cerca de Él, como si se lo pudieran arrebatar al más mínimo despiste; cosa que no podría haber ocurrido de ninguna manera pues los turnos ya estaban preestablecidos con bastante antelación y sólo podían ser cancelados o movidos previo comunicado y consiguientes papeleos; burocracias de las que Cristock, por cierto, tenía la suerte de poder librarse muchas veces por su condición de "observador privilegiado". Es lo que conlleva ser uno de los creadores de la Lente Espía...

Pero la suerte no le iba a acompañar ese día a Cristock. Precisamente uno de los otros dos artífices del Aparato, el señor August Franklin, había llegado de visita para vigilar, o al menos simular que supervisaba, el Gigante de los telescopios. —¡Qué hace Franklin aquí, precisamente hoy!— Pensaba Cristock al ver a su compañero y mayor accionista de la F.E.G. Gracias a él y a sus dotes comerciales y de oratoria, así como a su enorme capital económico y sus poderosos contactos por todo el mundo, se había logrado lo que siempre había parecido imposible: crear el telescopio más grande jamás creado por el hombre.

Pero Franklin, como todo hombre de negocios, era una persona impaciente e impulsiva. Y desde luego Cristock no pensaba contarle ni una palabra de su nuevo descubrimiento, de lo contrario tendría que ceder el relevo inmediatamente, cosa que no iba a permitir bajo ningún concepto. Un pensamiento egoísta, sí, pues en realidad se avanzaría muchísimo más deprisa si Cristock se echase a un lado. No porque él no estuviera capacitado, ya que era uno de los más cualificados astrónomos de su generación, sino porque se contaría con un mayor equipo humano, y además el Telescopio trabajaría por supuesto durante todo su tiempo de actividad nocturna en exclusiva para dicha investigación.


Pero todo eso a Cristock le importaba poco; era su descubrimiento y lo seguiría siendo hasta que al menos llegase a una conclusión; ni Franklin ni nadie se lo iba a impedir. Y por cierto... ¿Qué hace Franklin aquí? ¡Precisamente hoy!

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