Cuando recobró el conocimiento, Cristock se hayó sentado dentro de su coche. Era ya de noche. Dudó, incluso, si se habría quedado dormido. Pero enseguida se descubrió la camisa y vio el sarpullido en su costado derecho, justo donde le habían atacado con la pistola eléctrica.
La puerta del conductor, y todas las demás, estaban cerradas. Miró por el retrovisor central y comprobó que tampoco el maletero estaba abierto tal como lo había dejado. Aún adormilado, se activó rápidamente y salió del coche. Como en un deja vu, volvió a pensar vertiginosamente; en Franklin y Giovanna, en Tierra 2, en su familia, el viaje a España y por supuesto en los huesos del duende que había dejado en el maletero y que, al abrirlo, confirmó lo evidente: ahí no había nada.
Pensó en subir corriendo a junto el dúo Franklin-Giovanna con un saco lleno de preguntas que les lanzaría a la cara. Pero un escalofrío recorría su cuerpo cada vez que daba el primer paso. Estaba petrificado y se dio cuenta entonces que les tenía pánico. Miró hacia el cielo y contempló la gran Lente. Ese Goliat de los telescopios era tan grande que tapaba la mitad de su campo de visión. La Luna se asomaba por uno de sus límites y también ella se antojaba especialmente enorme a pesar de su distancia. Sintió como si esos dos objetos inertes cobrasen vida, o algo más. Eso le relajó. De pronto los adoró como si de dos dioses se trataran; dioses que le hablaban y le imperaban que entrase de nuevo en su coche y se marchase a su casa. Y eso hizo...
El resto es historia; una historia que Cristock no desea recordar, pero su inconsciente le juega malas pasadas y se lo trae a la memoria una y otra vez, como una pesadilla de la que no puede escapar. Una pesadilla que, al contrario de lo que podría pensarse, no comenzó cuando halló los huesos del duende; ni tampoco el día que su petaca marcó las coordenadas de Tierra 2; ni mucho menos cuando se inició el proyecto y construcción de la Lente Espía. La verdadera pesadilla acababa de empezar en ese mismo instante, en cuanto se cayó desplomado en el suelo tras la descarga eléctrica del táser. Desde luego fue a partir de ese momento que dejó de vivir y comenzó a sobrevivir. Él y el resto del mundo...
Franklin y Giovanna no sólo habían arruinado la vida familiar y profesional de su hasta entonces colega, sino que aniquilaron la frágil estabilidad del mundo en cuanto comunicaron la noticia de Tierra 2. Fueron dosificando la información durante estos 5 años. Toda la prensa internacional se hizo eco de la primicia y el asunto de los duendes corrió como la pólvora. El dúo F&G (así se hicieron llamar) se agenció del descubrimiento. La Tierra no hacía otra cosa que hablar de la Tierra 2. El planeta entero dejó de rotar sobre su propio eje y empezó a girar en espiral; en una espiral de locura... La noticia del nuevo planeta viviente y sus extraños habitantes fue un golpe muy fuerte para la gente de a pie, tal como Cristock advirtió. Pero el ansia de protagonismo de Franklin y Giovanna les superaba.
Por supuesto comunicaron también (su ego lo comunicó) la gran revelación: el viaje interestelar que los duendes de aquel planeta gemelo estaban realizando hacia la Tierra. Hace apenas un par de semanas, F&G aprovecharon incluso los datos compilados por Cristock para nunciar al mundo, como dos profetas, la fecha aproximada de su llegada. Esperaron hasta el último momento para anunciarlo, como el gran capítulo final de éste su serial televisivo de fama mundial. "Tres meses", gritaron a bombo y platillo. Noventa y nueve, se atrevieron a concretar, eran los días que faltaban para la llegada de los habitantes de Tierra 2. La cuenta atrás había comenzado y la involución humana también.......
Cristock se despierta. Se haya tumbado en el sillón de su ático de Nueva York. Es ya de noche. Abre los ojos lentamente y mete la mano por dentro de la camiseta para tocarse el costado derecho. Desde aquel ataque con el arma de electrochoque se despierta siempre palpándose el sarpullido. Aquella descarga parece haberle marcado no sólo física sino también mentalmente... Desde el sofá contempla durante un rato las luces de la ciudad reflejadas sobe el techo de su apartamento. Se toma su tiempo hasta que por fin decide levantarse. —¡Mueve el culo, viejo!—
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