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viernes, 13 de diciembre de 2013

XXXVI

Durante estos años que Cristock ha estado apartado del mundo, no ha parado de potenciar esa habilidad que tenía de niño para concentrarse y que había perdido con los años. De hecho ni siquiera necesita ya de su petaca de whisky como antes. —Es curioso... Debería ser justo ahora cuando empezase a beber.—

La razón por la que Cristock ya no bebe es porque vive en lo más alto del edificio. A pesar del bullicio de la ciudad a pie de calle, allí arriba reina la calma. Tampoco tiene vecinos, pues vive en la última planta y los apartamentos colindantes, tanto a los lados como debajo, fueron comprados por él precisamente para asegurar un silencio casi absoluto. Esta tranquilidad le proporciona una calidad de concentración superior y es por eso que ya no necesita beber para concentrarse en su trabajo.

Aún así, a veces, cuando recuerda episodios pasados, sí necesita recurrir a su petaca. Sobre todo cuando piensa en sus excompañeros Franklin y Giovanna. Ellos se encargaron de injuriar contra él alegando una inestabilidad emocional, asunto que echó abajo el enorme castillo de naipes que había construido, tanto a nivel profesional como personal. Desde que se topó con ellos dos aquella tarde en la Lente Espía, su vida dio un giro de 180 grados.

De la noche a la mañana su gran descubrimiento pasó a manos de este dúo. Parecían haber estado utilizando el talento de Cristock para agenciarse el mayor descubrimiento de la humanidad, pero, ¿fue Cristock quien descubrió Tierra 2? —¿Fui yo realmente, o fueron ellos quienes lo manipularon todo desde el principio?—

Aquella tarde fatídica, Franklin y Giovanna dijeron que ya no necesitaban de sus servicios. Le esputaron, tras una fachada de falsa cordura, que habían exprimido su don para el cosmos en pro de un descubrimiento que ya no le pertenecía. Pero también dijeron que conocían de antemano la ubicación del nuevo Planeta e insinuaron que la localización de aquellas coordenadas no había sido fruto de la casualidad como él creía. —Y, si así fuera, ¿para qué me necesitaban? ... Si ya habíais descubierto el Planeta, ¿qué pintaba yo en esto? ¡Panda de hipócritas! ¿A quién queréis engañar? ¡¡A quién queréis engañar!!— Cristock grita contra el cristal de la ventana; le grita a la calle; le grita al mundo entero...

Junto a ellos dos creó el gran Telescopio. Los conoce desde hace muchos años y cree saber bien cómo funcionan sus —retorcidas cabezas—. Y quizás esté en lo cierto, o quizás no... En cualquier caso su ego no le permite pensar que fueran Frankin y Giovanna quienes dieron con el Planeta. —¡Fue mi petaca quien descubrió Tierra 2! ¡Fuimos los dos...!— Le da un traco y mira para ella, la petaca, con una extraña melancolía en su mirada.

Su televisor está encendido, emitiendo un documental sobre chimpancés. Están comiendo hormigas, que atrapan introduciendo un palo por los orificios del hormiguero. –Qué listos éramos...– Uno de ellos le arrebata el palo a otro mono y ambos pelean mientras los demás gritan escandalosamente. –Y qué imbéciles...– Cris mira entonces hacia la ventana. Los simios siguen peleándose y chillando. –Si en vez de monos fueran las hormigas quienes hubieran evolucionado... Otro gallo cantaría.–

Cristock está ya un poco ebrio. Apaga la tele y se tumba en el sofá mirando hacia el techo. Puede que se esté dejando llevar por su vanidad pero, –¿y si realmente Franklin y Giovanna no hayan hecho más que espiarme desde el principio de la Lente Espía?– Quizás hayan estado vigilándolo cada vez que se ponía a sus mandos. Y tal vez, incluso, no le hayan perdido la pista ni un segundo durante el hallazgo de Tierra 2. Pero la incógnica de las coordenadas sigue carcomiéndole la cabeza. Su corazón le dice que fueron él y su petaca quienes dieron con el Planeta por puro azar; pero su razón le dice que no.

Tumbado en el sofá, mirando hacia el techo del apartamento, pensativo, medio soñoliento, Cristock se hace una última pregunta antes de dormirse. La duda que ronda su mente desde aquel último día y que no se ha atrevido si quiera a comentar con nadie por temor a que le tachen de perturbado. Una pregunta que, de planteársela a alguien más que a sí mismo, le encerrarían en un psiquiátrico, privándole de lo único que le queda: la libertad. —¿Fue un duende lo que me electrocutó aquella tarde en el parking?—

Cristock se queda dormido con esa pregunta. Pero lo cierto es que ese duende, fuera o no fruto de su imaginación, le dejó KO, tumbado en el suelo al lado de su coche. Y lo que ocurrió de ahí en adelante no fue más que un cúmulo de pesadillas...

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