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viernes, 29 de noviembre de 2013

XXXVIII

Se acerca Cristock al gran ventanal, que ocupa todo un lateral del salón. Se apoya contra el cristal; primero las palmas de las manos, con los brazos casi en cruz, y luego posa su frente en el frío vidrio, mirando hacia abajo, hacia la calle, no sin cierto aire de superioridad. Mira a las personas de allí abajo como si fueran hormigas, no sólo por su tamaño, sino también por la empatía que siente por ellas; prácticamente ninguna...

Los reveses de la vida le han convertido en una persona distante y con un profundo odio hacia la raza humana, hasta el punto de llegar a disfrutar de las noticias cada vez más apocalípticas de los telediarios. –Tenéis lo que os merecéis...–, se repite una y otra vez mientras respira con fuerza pegado al televisor. Pero hay algo con lo que disfruta mucho, muchísimo más...

La razón por la que Cristock eligió vivir en la ciudad, en el epicentro mismo del bullicio, en lugar de comprarse una tranquila casa alejada de la civilización, es por esto: Cris abre una de las ventanas, dejando entrar una fuerte brisa que agita los muchos papeles de apuntes que tiene pegados en las paredes. Entonces tira de la manta que tapaba el misterioso objeto junto a la ventana y desvela de qué se trataba: un telescopio catadióptrico de casi un metro de grosor. 

Aunque se trata de un aparato para uso doméstico, es de lo mejor existente en el mercado, como no podía ser de otra forma. Posee un sistema de lentes ultraluminosas, capaz de ver incluso en la total oscuridad gracias al sistema de infrarojos incorporado. Claro que, para Cristock, acostumbrado a su Lente Espía, no era más que un juguete caro.

Un complejo sistema de barras, resortes y poleas motorizadas elevan el telescopio, de casi 80 kilos, y lo deslizan con sorprendente suavidad a través de la ventana abierta, dejándolo suspendido en el aire y apuntando hacia el suelo. En verdad parece estar pendiente de un hilo, pero la fragilidad con la que cuelga de lo más alto del edificio es sólo una ilusión... Y es que el mecanismo en cuestión es obra del propio Cristock, quien lo construyó con sus propias manos de forma totalmente artesanal durante estos años de confinamiento. Así pues, el margen de error de cálculo de este aparato es casi inexistente y por tanto las posibilidades de catástrofe nulas.

Cristock está orgulloso de esta pequeña gran estructura. A veces se aleja unos metros, hasta el otro extremo del enorme ventanal, para observar su obra. –Buenas noches, mi arañita metálica.– Así la llama él y, desde luego, su parecido con un arácnido es evidente. De hecho, desde la lejanía, este entramado de cables y varas metálicas parecen representar ex profeso la escultura modernista de una araña gigante escapando por la ventana. Más concretamente una viuda negra, con seis de sus patas dentro del edificio y las otras dos agarradas al exterior del ventanal. Y el telescopio en sí representaría claramente el prominente  y rojinegro abdomen del artrópodo.

–¿Preparada para lanzar tu seda sobre la ciudad?–

El cada vez más excéntrico científico cierra la ventana herméticamente, pues también ha sido adaptada para que el telescopio arácnido quede colgado fuera del apartamento e impedir así que el viento siga entrando en el salón. Enciende el enorme televisor y aparece, como no podía ser de otra forma, el telediario que tanto sacia la ira de Cristock. Pero ahora no va a ver ningun noticiario porque hay algo con lo que disfruta mucho, muchísimo más... Cambia de canal y aparece un plano cenital nocturno de una calle muy bulliciosa. Se trata por supuesto de la imagen del telescopio cableada hasta el televisor.

Cristock coge un mando bastante aparatoso, con un cable muy largo enchufado a esa araña que tiene por telescopio y camina hasta el centro del salón. Se sienta frente al televisor, a tan sólo un par de metros de él, en un sofá de apariencia muy confortable pero sobre todo de estética especialmente majestuosa. Un sofá de piel y madera, muy barroco, con un respaldo fastuosamente alto. Un trono que parece sacado de una película del medievo y Cristock se sienta en él como un auténtico rey. 

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