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viernes, 20 de diciembre de 2013

XXXV

Han pasado 5 años. Cristock Earl, el otrora respetado astrónomo de fama mundial y ejemplar padre de familia, está ahora confinado a vivir aislado del mundo en un solitario apartamento en la 123ª planta de un altísimo rascacielos en la ciudad de Nueva York.

Separado judicialmente de su familia por ser considerado una –influencia perjudicial– para su hija y sustancialmente peligroso para con su mujer debido a un leve pero latente –desequilibrio mental–. Palabras textuales de la jueza, que Cristock ahora se repite constantemente en su día a día...

Pero lo que más preocupa al hombre es que tampoco tiene claro si Eleanor, y por extensión su hija Abby, están de acuerdo o no con dicha sentencia. Cristock piensa mucho en su mujer durante aquel juicio. –Su cara era un poema. Un poema de Kafka...– Estaba asustada y, quizás, influenciada por comentarios negativos ajenos a él, mas sobre él. Es la última imagen que tiene de ella desde hace 6 meses.

Su investigación sobre lo que él llama Tierra 2 le absorvió de tal forma que en verdad empezó a comportarse de manera cada vez más extraña y pareciera que estuviera loco a ojos de cualquier desconocido. –Lo sé, sé que ellos me ven como si estuviese en otro mundo.– Y realmente lo estaba; su cabeza lo estaba.

Un lustro sin la Lente Espía y sin su ansiada Tierra 2, pero sigue pensando en ella. Piensa en ella a todas horas. –Eso no me lo pueden arrebatar...– Puede que jamás vuelva a sentarse a los mandos de su amiga la gigante de cristal, pero lo que no pueden prohibirle es hacer cálculos con la información de que dispone. 

Cristock calcula coordenadas constantemente, ejecuta ecuaciones físicas y matemáticas sobre Tierra 2 a todas horas, siempre con la televisión de fondo haciéndole compañía. Las paredes de su apartamento están repletas de extraños garabatos, dibujos de órbitas, parábolas y espirales. A menudo habla solo, para aclarar la tormenta de ideas que le vienen a la cabeza. A veces incluso, mientras cavila, acaricia una manta aterciopelada que cubre un enorme objeto pegado al ventanal y al que llama cariñosamente –Arañita–. Si el mundo quería razones para tildarlo de perturbado, ahora desde luego sí las tienen.

La soledad le insta muchas veces a rescatar recuerdos de la infancia, quizás como entretenimiento o puede que como aclaraciones inconscientes en pro de su investigación. Como breves sueños en plena lucidez. –De pequeño me distraía fácilmente. Con frecuencia me abstraía del mundo, con mucha más profundidad de lo que lo puedo hacer ahora en la madurez. Con el tiempo fui perdiendo esa capacidad; discapacidad según el criterio de la mayoría. Recuerdo las muchas ocasiones en que algún profesor, amigo, o mis padres me gritaban, a veces incluso con escarnio, un "¡DESPIERTA!". Y yo siempre me preguntaba lo mismo: ¿Que despierte?, pero si era justo en ese instante cuando más despierto estaba...–

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