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viernes, 27 de diciembre de 2013

XXXIV (vol.2)

LA LENTE ESPÍA
Vol. 2
Capítulo 5


"¡Eeeeel uno!"
Sorpresa general en el auditorio donde se celebra la famosa Lotería Mundial de la Navidad. Nadie en la sala, quizás sí algún niño que recién haya aprendido los números, diría que el "uno" sería precisamente el primer bolo en salir de la enorme tómbola. Sonrisas y miradas pícaras entre los asistentes y televidentes a lo largo y ancho del planeta. Los letrados comprueban, risueñamente asombrados, que efectivamente se trata del número "00001", de entre los cien mil bolos existentes. No debería extrañarle a nadie, si de un mundo matemático y ordenado se tratase. Pero no es el caso y; en cualquier caso... el sorteo debe continuar.
La tómbola gira, gira y gira. Se detiene y escupe otro bolo.

"¡Eeeeel dos!"
Murmullos y risas entre el público. Los notarios hablan entre ellos, ahora no tan risueñamente como antes, pero sí mucho más asombrados. El niño encargado de llevar el bolo a la mesa viaja en zigzag, desviado constantemente por las muchas voces del público, a un lado, y del comité organizativo, al otro. El gentío no para de comentar, a gritos muchos de ellos, lo que acaba de ocurrir, aún a pesar de no ser un hecho comentable realmente. No obstante se activa una reunión in situ con los notarios y jueces del auditorio. Un momento breve pero interminable.
No existe ninguna cláusula en las normas de la Lotería Mundial de la Navidad, ni en ninguna otra lotería conocida, que prohiba computar dos bolos consecutivos con números también consecutivos; ni siquiera aunque éstos sean el "00001" y el "00002". Por tanto el sorteo, una vez más, debe continuar.
De nuevo la grandiosa esfera de metal comienza a girar. Está ahora fuertemente iluminada por los focos de la sala, tanto que parezca emitir luz propia. Es la estrella que ilumina el auditorio en este momento y todas las miradas se dirigen hacia ella. Gira, gira, gira, gira, gira, gira y gira. Como asegurándose que los planetas de su interior queden bien barajados.
Por fin se para y se abre la compuerta que expulsa un nuevo bolo. Los teleobjetivos de las cámaras de televisión apuntan hacia la pequeña bola que acaba de nacer, pero el número no puede verse desde ninguno de esos ángulos. El bolo rueda ahora por unos mini raíles que lo conducen a una pequeña cesta metálica. Tras un recorrido adornado con estéticos giros y remolinos, como los de una diminuta montaña rusa, llega a su destino y las inocentes manos de un niño la recogen.

"¡Eeeeel... tres!"
Los asistentes se levantan de sus sillas, así como alguno de los notarios y desde luego millones de teleespectadores en sus casas. Suenan carcajadas, algunas por nervios, otras por la simple sinrazón de unirse a la masa. El niño no sabe qué hacer ante la histeria popular. Alguien le grita que acerque el bolo a la mesa y el crío asustado corre a llevarlo. Su temblorosa mano muestra el número a cada uno de los notarios, quienes se inclinan sobre la mesa para verlo, perdiendo toda compostura que se espera, cuando menos, de ellos.
Paralizan la Lotería durante unos larguísimos 13 minutos, para explorar el interior de la tómbola así como sus esenciales mecanismos. Todo parece estar en orden, mecánica y electrónicamente. Y por supuesto la inocencia del niño encargado de extraer la bola y gritar su número no se pone en duda. No obstante, debido al nerviosismo del momento, es reemplazado por otro chiquillo. Tras la pausa, se pide calma en el auditorio, se comenta que todo funciona perfectamente y que lo ocurrido no ha sido más que fruto de la casualidad. La multitud se va sentando y apaciguando poco a poco. La práctica totalidad del mundo civilizado está pendiente de este evento televisivo, el más importante del año.
Se prosigue con el sorteo.

La tómbola gira. El número "cuatro" está ahora en la mente de todos. La parte irracional les dice que saldrá ese número, pero su parte lógica les chilla que es imposible. Realmente la probabilidad de que salga el "cuatro" es la misma que la de cualquier otro de los 99.997 números ahora disponibles. Sin embargo es inconcebible para una mente humana, demasiado acostumbrada a una aleatoriedad desordenada. La tómbola, que seguía girando, se para; se abre la compuerta; expulsa el bolo; rueda éste por los raíles hasta la cesta; el nuevo niño lo coge y muestra el número al mundo: el cuatro.
La muchedumbre vocifera, abuchea, silba, patalea, como echándole la culpa a alguien, pero, –¿a quién?– La organización tarda unos minutos en aquietar a las fieras del público. Pero los propios responsables del sorteo, incluidos los pragmáticos notarios, muestran signos de asqueo ante el resultado de los bolos. La ausencia del desorden lógico los crispa. En todo caso el juego debe ser reanudado una vez más. Sale un nuevo bolo que muestra el número cinco.
Sin dejar tregua, el destino apuñala una y otra vez a la multitud. Sale el número seis, luego el siete, el ocho, el nueve. Parezca que la gente se sienta de pronto burlada por el azar, y esto decae en una extraña dejadez que empapa al pueblo con cada número. Sale el diez, el once, el doce, el trece y así sucesivamente hasta terminar con los 256 números que deben ser extraídos.
Se detiene la Lotería un par de veces más en todo el tiempo que dura la emisión. La primera en el número 17, por una avalancha de gente histérica que intenta sabotear el evento desde el público, con resultados fallidos. La segunda vez se paraliza el sorteo en el número 33, cuando la impotencia y euforia del personal organizativo llega a su apogeo y deciden evaluar si continuar o no con el sorteo. Casi una hora duró esta pausa, pero desde luego que continuaron con el mundial evento, hasta el último bolo, que no fue otro que el 256.

Muchas hipótesis se barajaron sobre el porqué. Desde la simple actuación del azar, hasta la intrincada sugestión colectiva. Desde luego los números han podido salir de forma ordenada por pura casualidad. También podría la sugestión colectiva hacer creer a todos que se mostraban unos números cuando en realidad eran otros. Cualquier teoría podría ser cierta, o puede que ninguna. Existen tantas opciones como pensamientos individuales...

También Cristock, mientras veía la tele, rumiaba su propia hipótesis. –¿Y si fuera ésta la manera en que Dios decide aparecerse entre los hombres?–

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