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viernes, 1 de noviembre de 2013

XLII

El callejón está demasiado oscuro, negro prácticamente. A pesar de la gran luminosidad del telescopio, Cristock debe hacer uso de la visión nocturna del mismo. Activa un rayo de luz infrarroja que viene incorporado en el telescopio; invisible al ojo humano pero no para la araña e Cristock. Ahora puede ver lo que ocurre en la ciega callejuela: los macarras arrastran a la chica y la dejan caer sobre un montículo de bolsas de basura. Dos de ellos la agarran de los brazos mientras otros tres, sin mucha organización y nula delicadeza, le bajan los pantalones hasta quitárselos, dejando a la muchacha con las piernas desnudas bajo la fría noche invernal.

Los dos que se ocupaban de sujetarle los brazos, resulta que ya la han atado con unas correas previamente clavadas a la pared, lo que hace pensar a Cristock que no es la primera víctima... Y lo mismo con las piernas, abiertas y sujetas con otro par de correas al suelo. La mujer está ahora totalmente inmovilizada, pero Cris a penas puede ver nada ya que otro grupo de degenerados, que estaban ocultos en lo más profundo del callejón, han aparecido poco a poco –como hienas–, hasta acordonar a la joven. Se contonean y empujan unos a otros, esperando su turno. –¡Malditos simios depravados...! Ojalá este telescopio fuera sólo la mirilla de un fusil de francotirador...– Cristock está temblando de rabia mientras contempla la escena; pero en cualquier caso... sigue contemplando.

Hace zoom hacia la cara de la chica, hasta tener un primer plano de ella en su enorme televisor. Se le ve fugaz y parcialmente: las siluetas de los violadores la tapan constantemente. En los momentos de mayor visibilidad se le puede llegar a ver casi la cara completa pero nunca más de un segundo. Aún así Cris la observa durante un buen rato, como hechizado por sus facciones. –Qué guapa es...– La joven no para de gritar y mover la cabeza con furia; al fin y al cabo el cuello es la única articulación que tiene libre. Podrían dormirla si quisieran, como hicieron con su novio, pero no lo hacen. –La quieren viva, enojada. Eso es lo que les pone a estos cerdos.– El hombre que la está mancillando en este momento, tiene su cabeza apoyada en el hombro de ella. Está totalmente ebrio. Ella lo golpea con su cabeza como puede, con máxima aversión. El abusador parece haberse quedado dormido encima de ella; los demás lo arrancan de su posición y otro engendro ocupa su lugar.

Tras varios minutos insoportables, la muchacha ha desistido en revelarse y se rinde ante los infernales hechos. Tiene un golpe en la cabeza por el que apenas sangra y está absolutamente agotada. Tan sólo sus ojos, que mantiene cerrados, muestran signos de vitalidad: sus cejas permanecen fuertemente fruncidas, como si todas sus fuerzas las emplease en concentrarse para no abrir los ojos en ningún momento. A pesar del grotesco panorama, y quizás debido a ello precisamente, la cara angelical de la joven se torna más resplandeciente que nunca en la mente de Cristock, quien reacciona con un juicio inesperado: –Es la cosa más bonita que he visto en mi vida...–

Este pensamiento irracional y totalmente fuera de lugar hace a Cristock levantarse del sofá de inmediato. Mira a su alrededor, como sintiéndose observado; observado por su conciencia... En realidad el científico lleva mucho tiempo, demasiado, encerrado en ese ático a casi 400 metros del suelo, espiando el mundo a través de los muchos y constantes noticiarios en su televisor. Sólo baja a la calle cada dos o tres semanas. Esto desemboca en pensamientos como estos, en los que llega a magnificar sus sentimientos por una persona a la que ha observado durante apenas unos minutos y de la que se acaba de enamorar...

Sufre entonces una grandísima sensación de culpa al ser consciente de la ausencia de empatía que acaba de (no) experimentar por esa chica. De pronto se sintió más cerca del pensamiento de aquellos monstruos que de el de una persona cuerda. No pudo volver a mirar la pantalla con el rostro de la mujer; no podía volver a mirarla a la cara; no quería. Aleja entonces la imagen de forma que encuadra el callejón por completo. El novio de la muchacha sigue tendido en el suelo y, a su lado, el chaval al que tumbó de un puñetazo; el primero inconsciente, el otro aparentemente muerto.

Ahora la banda de energúmenos desata a la joven. Pero desgraciadamente no la liberan sino que se la llevan más adentro del callejón. Cristock ya no puede ver nada, no tiene ángulo de visión. Esto le genera gran histeria y una incontrolable angustia; no puede soportarlo más y hace algo que no había hecho en todo el tiempo que lleva espiando la calle, noche tras noche y viendo las más retorcidas atrocidades: decide por primera vez bajar a la calle para comprobar de primera mano, in situ, lo que ocurre.

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