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viernes, 15 de noviembre de 2013

XL

Cansado de no encontrar nada que le satisfaga, se levanta a prepararse un café. Deja el televisor encendido en esta última posición, la del mendigo y las señoras, pero ni si quiera le echa un vistazo; se toma el café tranquilamente. Con la taza en la mano, observa unos apuntes que tiene escritos y dibujados en la pared. Garabatos ininteligibles para nadie más que para él. Sin dejar la taza, y tras varios minutos mirando para la pared, se dispone a completar algunos de sus jeroglíficos mientras bebe de su café ya frío. Al fin deja la dichosa taza en una mesa y continúa con sus cálculos astrofísicos, cada vez con más ímpetu. La pared entera simula un mural de arte abstracto pintado todo con rotulador negro: dibujos, ecuaciones, frases explicativas,... Destaca una circunferencia en el medio del cuadro, pintada con el mismo rotulador negro, mismo grosor, pero tan recalcado que parezca haber usado una brocha; se respira frustración en los muchísimos trazos que forman lo que es la representación de Tierra 1, nuestro planeta.

Mira hacia el otro lado de la habitación, donde está el gran ventanal. Pared y ventanal están paralelos, uno frente al otro. En el cristal de este último también hay notas apuntadas, aquí con un rotulador blanco fluorescente perfectamente visible sobre el fondo casi negro del exterior. Hay cordeles atravesando el ancho del cuarto, uniendo la pared y la ventana. Enganchados al muro con puntas toscamente clavadas y al cristal mediante ventosas. Parece un tendal de ropa pero lo único que tienden son pequeños papeles con más notas, éstas anotando distancias entre ambos planos.

Camina hacia el ventanal, deteniéndose un par de veces para revisar algunas de las notas que cuelgan de la docena de cordeles que viajan de un lado al otro. En el cristal, entre los muchos pintarrajos que lo abarrotan, destaca un círculo bastante grande y muy rubrayado con el rotulador blanco. Se trata, por supuesto, de la representación de Tierra 2. 

Apunta algunas notas rápidas en el cristal, pero pronto algo llama su atención en el televisor. Ya es noche cerrada y el telescopio sigue apuntanto al mendigo. El hombre duerme en el suelo, con cartones y mantas sucias. Las señoras ya se han ido hace horas, pero irrumpen ahora en el encuadre las sombras de unos jóvenes que se acercan corriendo al anciano. Esto es lo que ha llamado la atención de Cristock y por eso se acerca él también corriendo hacia el televisor. Los chavales algo traman que casi están encima del indigente, por lo que Cristock no puede ver nada, tan sólo un grupo de adolescentes moviéndose alrededor y sobre el viejo. Un montón de caras borrosas en constante movimiento y en las que apenas se aprecian rasgos, pero sí gestos; sonrisas muy fuertes, muy exageradas. –Si la desfachatez tuviera rostro, sería éste.– Sonrisas de perversidad que mantienen a Cirstock pegado a la pantalla, hasta que por fin los muchachos escapan corriendo, dejando al mendigo de nuevo solo en el suelo. –Está tan borracho que ni se ha enterado de nada...–

Cristock se fija en su cara. Parece tener algo brillante, chispeante. –¿Un pitillo? ¿Le han metido un cigarro en la boca...?– Pero no se trataba de ningún cigarrillo. Lo que el científico está presenciando desde lo más alto del edificio no es otra cosa que una mecha, la mecha encendida de un explosivo. –¡Un petardo! Mierda... ¡¡No!!– Cristock siente rabia e impotencia al no poder hacer nada ante lo que va a suceder de forma inminente, pero desde luego no despega la mirada del televisor...

¡Boom!

La explosicón se pareció más a la de una bomba que a la de un inocente petardo. Y, de hecho, cuando la humareda se fue desvaneciendo, Cristock pudo contemplar el agujero que el hombre tiene ahora en lugar del rostro. El explosivo se lo habían introducido muy dentro de la boca, por lo que toda su cara y parte del cráneo habían volado por los aires. Impulsos nerviosos le hacen moverse, ya sin vida, convulsionando todavía unos larguísimos segundos en el suelo y con el no rostro "mirando" hacia arriba, hacia Cristock, quien desvía, ahora sí, la mirada de la pantalla.

Vuelve al televisor para fijarse en el cartel que el vagabundo sostenía para pedir limosnas. Ahora sí puede leerlo ya que está tirado en el suelo con el escrito hacia arriba. "LOS DUENDES NOS VIGILAN"

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