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viernes, 18 de octubre de 2013

XLIV

Al final de aquel callejón la banda de violadores tiene a la chica desnuda, colgada en una cruz, con las manos y los pies atados a los maderos (que parecen reciclados de un poste de la luz). Los bárbaros no practican sexo ahora; se dedican a gritarle y escupirle, como se había hecho con Cristo y, como a éste, también a ella le han colocado una corona de espinas... –¿Qué diablos es todo esto? ¿A qué viene este ritual de pacotilla? ¿Qué clase de secta lowcost...?– A Cristock le asaltan muchas preguntas al respecto.

Y lo que estaba presenciando no era más que otro fruto de la involución humana desde la noticia mundial de Tierra 2 y la inminente invasión extraterrestre. Estos –infraseres–, antaño personas normales, forman grupos, clanes, y sus metas ideológicas ahora se acercan cada vez más a las de sus antepasados primates. El suceso que tiene a Cristock al límite del desmayo, temblando e hiperventilando en su sofá frente al televisor, es un caso más de la denigración del hombre. Estos grupos de personas que dominan el planeta actualmente, sólo buscan saciar sus instintos primarios (y primates) ya sea violando, robando, asesinando,... Acompañado todo esto normalmente por micro rituales de pseudo religiones improvisadas con la intención de limpiar conciencias; en este caso crucificando a quien consideran culpable de sus actos carnales y del mismo pecado original.

Cristock hace de nuevo un acercamiento óptico al rostro de la muchacha. La imagen es de ínfima nitidez pero se siguen apreciando perfectamente los atractivos y dulces rasgos faciales de la mujer. –¿Estará viva?– De pronto algo se interpone en la imagen, haciendo desaparecer la angelical cara de la pobre joven mancillada. Cristock mira al telescopio, por si algo, quizás un pájaro, hubiera obstruido la visión. Vuelve a mirar el televisor y ve la cara de la mujer, pero a ráfagas. Ella, además, abre los ojos por fin. Cris abre el plano y ahí está, el héroe.

Su pareja ha despertado de la anestesia y está descargando toda su ira sobre los agresores. Se ve que la cantidad de cloroformo usada no estaba pensada para un hombre de semejante tamaño y peso. El pequeño gigante está golpeando a esa decena de hombres con una barra de metal. A pesar de la ínfima e incolora (debido a la visión infrarroja) calidad de la imagen, es tal la sugestión y las ganas de venganza de Cristock, que le parece ver chorros de sangre de un color rojo muy vivo. Y desde luego el corpulento hombre está haciendo su trabajo: dispone de una barra de hierro, no muy larga pero bastante gruesa, casi como un bate de béisbol. –Dale... ¡Dale! ¡DALE!– Cris está realmente acelerado, como si presenciara el partido de fútbol (o de béisbol) más importante de su vida.

Uno de los esbirros, asombrosamente, consigue agarrar el palo cuando el hombrón pretendía estampárselo en la cabeza. En tal posición, con los brazos en alto, el héroe le lanza una patada en el pecho con la suela de la bota. El matón sale disparado y queda tendido en el suelo, retorciéndose en el sitio; no puede respirar. –Deja que sufra...–

El último que queda en pie se ha atrevido a agarrar al novio por la espalda. Se aferra a él –como una garrapata–. El hombre no consigue deshacerse de él, hasta que decide dejarse caer brutalmente de espaldas al suelo, quedando el agresor aparentemente inconsciente. El hombretón encaja una patada, sólo una, en la cabeza del asaltante. Es tal la fuerza, que desplaza al hombre más de un metro, dejándole la cabeza claramente desencajada del cuello, con una oreja pegada al hombro. Se dirige entonces hacia el chico que sigue ahogándose en el suelo. Antes de rematarlo, mira a su novia y ella gira la cabeza para no mirar. Entonces él le aplasta el pecho con la misma bota que lo golpeó. Su ira está tan a flor de piel que su pie atraviesa las costillas, quedando incluso atrapado entre ellas por unos segundos. –Casi pude escuchar el crujido... ¡!–

Algunos han escapado, pero al menos seis de ellos no han tenido la misma suerte. Desde luego seis son los cadáveres que Cristock puede vislumbrar desde ese ángulo. El hombre desata a su pareja. Mientras lo hace, Cristock se siente excitado y desahogado a la vez. Es como si este grandullón hubiera sido su álter ego por un momento. Como si Cris lo hubiera teledirigido, pues hizo todos y cada uno de los movimientos y golpes que al científico le gustaría haber hecho, de tener su fuerza y valentía.
El héroe se quita la capa (su abrigo) y se lo pone a la chica en los hombros. Ambos salen del callejón y se van por donde vinieron. La bocacalle del callejón muestra ya las primeras luces del amanecer. Empiezan a pasar las primeras personas del día. Algunos miran al joven cadáver tirado en la calle, pero todos siguen de largo.

Cristock se pasa un buen rato mirando la pantalla. Casi una hora pasmado, contemplando esa entrada al demencial callejón. Una patrulla policial se lleva el cuerpo y demás cadáveres del interior. Lo hacen curiosamente rápido, como un trabajo de funcionario. –Ya sólo faltan unos créditos deslizándose sobre la pantalla. Y las palomitas...– Y en verdad eso parecía: el plano final de una película de terror, donde ya todo ha pasado y se muestran los títulos finales...

¡MEEEC!

De repente suena el telefonillo del portero electrónico. –¡¿Quién...?! ¿Qué...?– Corre a la puerta, posa su mano en el interfono. Mira los prismáticos de su hija, que tiene ahí mismo, en una mesita junto a la entrada. Los coge con la otra mano y se queda pensativo... ¡MEC, MEC, MEEEC!

Descuelga. Mantiene una muy breve conversación con monosílabos. Abre el portal de la entrada al edificio con un botón y cuelga el telefonillo. ... Echa un vistazo a su caótico apartamento. Luego mira una foto su mujer e hija, que tiene en la mesilla junto al interfono.

–Bienvenidas a mi humilde morada... ¿?–
 

Fin del capítulo 5

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