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viernes, 7 de marzo de 2014

XXXII

Antes de salir del baño, todavía desnudo, Cristock se plantó frente al espejo y se miró a los ojos. Lejos de resultar vanidoso, se postraba ante sí mismo durante un buen rato sin saber quién de "los dos" era el verdadero. Gesticuló entonces con su brazo dirigiéndolo hacia el espejo, luego hacia él mismo, y lo repitió varias veces. —A ver... Si Tierra 2 fuera en realidad un material reflectante como un espejo, entonces el cohete que vi no se estaría dirigiendo hacia aquí sino hacia el espejo en cuestión, lo que significaría que habría despegado de este planeta hace casi 17.000 años, al final de la época Neanderthal. Si es que estaba claro que no podía tratarse de planetas distintos, pero, entonces, ¿hacia dónde se dirigen? Tengo que volver al observatorio cuanto antes.— Su mujer llamó a la puerta, sobrecogiendo a Cristock. Él la “tranquilizó” respondiendo con sequedad y se tapó rápidamente con un albornoz; recogió los huesos cubriéndolos con una gran toalla, y se fue a su habitación.

Tanto su hija Abby como Eleanor estaban ya sentadas a la mesa, dispuestas para cenar. No tardó en aparecer Cristock, y lo hizo portando la calavera del duende. Abby sonrió al ver tan estrafalario objeto y le preguntó qué era esa cosa. La madre observó atónita. Cristock estaba muy serio; se sentó, acomodó el alargado cráneo a su lado, apoyado sobre una toalla algo húmeda sobre la mesa, y comenzó a hablar. Explicó, a rasgos generales, lo sucedido y se excusó también por haberlo mantenido en secreto hasta entonces. Seguramente el trato con Rocco le había ablandado el corazón y ya no podía seguir ocultando el misterio a los suyos sin que dejara de sentir remordimientos, un malestar que iba en aumento y ya no le dejaba pensar con claridad. Mandaron a su hija para la cama y Cristock continuó narrando lo sucedido, ahora ya con todo detalle. Eleanor, aunque no era muy consciente de la importancia del descubrimiento de su marido, quedó impresionada con la historia, pero también algo resentida por no haber confiado en ella desde el principio. Cristock repitió una y otra vez la historia y partes de la misma, como desahogándose por completo de la carga moral que había llevado a cuestas todos estos días.

Al día siguiente volvieron a casa en el primer avión. Cristock estaba muy satisfecho de haber compartido su descubrimiento, aún sin descifrar, con su familia. Aunque eso, en verdad, también le generaba intranquilidad, pues su manía persecutoria le impedía fiarse de todo el mundo, incluida su familia. En todo caso esta nueva situación de daba fuerzas para seguir adelante con el proyecto y afrontarlo con energía positiva, sin preocupaciones que ralentizasen su rápido pensar. Por supuesto el proyecto seguiría siendo secreto hasta que recopilase unos cuantos datos que estaba deseando comprobar en su Lente Espía. Durante todo el vuelo, Cristock no dejó de escribir notas que llevaría a la práctica en el observatorio. Abby estaba entretenida con sus dibujos sobre las fotografías de un periódico, poniendo ojos a los coches y bigotes a las mujeres. Eleanor, sentada de nuevo entre ambos, estaba seria, pensativa, todavía rencorosa por la poca confianza demostrada por su marido. Pero Cristock, centrado en lo suyo, no se daba cuenta de ello. Estaba eufórico por dentro.


Nada más aterrizar, Eleanor y Abby cogieron un taxi para casa, mientras Cristock se marchó en coche hacia el observatorio, para ponerse manos a la obra en cuanto fuera posible. Sólo durante esa breve despedida Cristock notó cierta animosidad en su mujer, pero no tenía espacio en su cabeza para más preocupaciones. Llegó Cristock al magno Telescopio y observó el coche de Franklin en la entrada. —Qué extraño... ¿Qué hará éste aquí y a estas horas?— Todavía estaba atardeciendo y faltaban un par de horas para poder encender la Lente con seguridad, en cambio, ya desde fuera, se podía ver cómo la enorme cubierta estaba entreabierta, aún a riesgo de dañar los ultra luminosos cristales que componen la Lente. Corrió adentro y subió hasta la sala de observaciones. Allí estaban, sus compañeros Franklin y Giovanna, quienes se giraron para mirar a Cristock, que intentaba disimular su fuerte respiración. Lo intentaba. Vaya si lo intentaba, pero terminó por resultarle físicamente imposible, pues la imagen de la enorme pantalla principal, tras sus dos socios, mostraba nada menos que su codiciado secreto esférico; la gran burbuja en la que Cristock había estado encerrado todos estos días y a la que llamaba Tierra 2.

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