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viernes, 4 de abril de 2014

XXVIII

Por fin Rocco le pidió a Cristock que bajase un momento; éste no se lo pensó dos veces y bajó todo lo rápido que pudo, con la ayuda de Rocco. Un trozo de cráneo es lo que tenía tan ocupado a Rocco y ahora tan intrigado al científico. Cristock observó ese pequeño trozo de hueso con un nerviosismo anormal, moviendo su mirada con rapidez. Intentó disimular su temblor ante la presencia de Rocco, pero no lo consiguió; su tembleque era cada vez mayor. Empezó con un leve tiritar en el cuello, luego por la espalda, le siguieron las manos, la piernas, el suelo, ¡el hoyo entero se estremecía! —¡Se acerca el tren!—

Cristock intentó salir de ahí a toda costa, de forma instintiva, pero no lo conseguiría nunca sin la ayuda de Rocco. Pero éste no iba a ayudarle, de hecho le estaba gritando que no saliera, que esperase dentro, que no les daba tiempo a salir y que no se preocupase, que no había ningún peligro. Pero Cristock estaba cegado por el miedo y sordo por el ruido del tren, que cada vez estaba más cerca. Así que Rocco lo agarró con fuerza del pantalón y tiró de él hacia abajo, cayendo éste con el trasero en la tierra y despertando al fin de su bloqueo obsesivo. Estando los dos ahí abajo, los papeles se tornaron: Rocco tomó las riendas, demostrando una extraordinaria sangre fría para situaciones extremas. Cristock se sentía ahora como un niño bajo la protección de su padre, o de su madre, como él lo veía realmente. El tren pasó por encima de ellos ocasionando un ruido ensordecedor que se proyectó con más fuerza todavía dentro de la cueva. Las paredes vibraron al son del traqueteo de la locomotora, haciendo caer trozos de tierra y algunas piedras encima de ellos.

El “terremoto” ocasionaba también que la calavera se desprendiera de buena parte de la tierra que ocultaba su forma, pasando de ser un insípido trozo de hueso blancuzco, a una forma más definida del cráneo de un humanoide. A medida que los huecos de los ojos, nariz y boca se dejaban ver, por la mente de Cristock surcaban más y más pensamientos que lo sumergían en un pantano de especulaciones.


El retumbar del tren terminaba por alejarse pero el astrónomo seguía enfrascado en lo suyo. Rocco intentó despertarlo de su letargo, esta vez sin éxito. Cristock siguió observando la calavera y, como hipnotizado, acercó su rostro al de ella hasta quedarse ambos a unos pocos centímetros. El bullicio del tren ya había desaparecido por completo y Cristock volvió en sí, se puso a rascar la tierra que todavía cubría las cavidades oculares del cráneo, como queriendo descubrir la supuesta mirada que escondía el cadáver. Rocco le preguntó si había encontrado por fin lo que buscaba. Cristock dejó de rascar y se separó lentamente del cráneo, con un desinterés que él pretendía fuera natural. —¿Eh? No... No, aún no. Pero ya nos podemos ir.—

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