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viernes, 19 de septiembre de 2014

IV

A la mañana siguiente, Cristock se dirigió temprano al observatorio. No había dormido bien; quizás la cena le había sentado un poco indigesta con los nervios de esa noche. Y todavía le quedaban 9 horas para su turno en el Telescopio, pero no podía estar en ningún otro lugar que no fuera el observatorio, esperando el tiempo que fuera necesario, pero siempre ahí dentro, acechando a los astrónomos como un buitre acecha a su presa moribunda. Con la disculpa de supervisar el funcionamiento de su Lente Espía, Cristock merodeó durante todo el día, con la mirada perdida en todas partes, hasta que por fin llegó su hora.

Para que no ocurriera lo del día anterior, comenzó por activar ya el funcionamiento del súper-amortiguador por electroimanes y así ahorrar tiempo. Quería acercarse hasta lo más profundo de aquel misterioso planeta y comprobar si aquello azulado era realmente agua, como parecía proclamarse a gritos. Y también si aquella zona de aspecto sólido presentaba algún signo de vida vegetal o incluso animal, pero sobre todo quería saber qué eran aquellas intermitentes y enormes explosiones...

Treinta y tres minutos más tarde, el complejo sistema de amortiguación ya estaba activado por completo. Cristock introdujo las coordenadas del planeta pero, —Qué extraño...— allí no había nada. Alejó el aumento para encuadrar de nuevo el sistema solar entero, y ahí lo estaba, tal y como debía ser, pero en cambio el planeta azul se había desplazado un poco en su órbita. Claro, el ordenador había calculado automáticamente el movimiento de traslación de la estrella alrededor de la Vía Láctea, y por supuesto el mismo movimiento de nuestro Sol orbitando sobre el centro de la misma galaxia. También hubo de calcular el movimiento de traslación de la Tierra alrededor del Sol así como el de rotación sobre su propio eje. Pero, claro, todavía quedaba calcular ese mismo movimiento de traslación y rotación en el planeta opuesto, y he ahí el pequeño problema. —¡Vaya lío! Menos mal que el ordenador lo hace todo él solito.— El ordenador lo calculó todo en un par de minutos, que habría sido mucha menos duración de no ser porque necesitaba de cierto espacio de tiempo para dejar que el cosmos se desplazase según sus leyes de movimiento, de lo contrario no habría materia prima con la que computar nada.

Una vez localizado y calculado su seguimiento, el impaciente Cristock acercó y acercó el aumento de la Lente hasta introducirse de lleno en el planeta y comprobar que, tal y como imaginaba, la superficie de color azul era efectivamente un líquido de aspecto exactamente igual al de nuestra agua, y sin duda debía serlo. —Tiene que serlo. Qué si no.— El movimiento de aquel océano dejaba claro que existía atmósfera, pues el mar mostraba olas como las que tantas veces había visto Cristock en sus viajes en barco con su mujer e hija. ...Lo que le hace pensar de nuevo en la nebulosa que había prometido "regalarle" a ambas. —¡Olvida esa estúpida nebulosa!— Se dijo a sí mismo. —Lo que tengo entre manos es el mayor descubrimiento que se ha hecho desde la inauguración de este telescopio. ¡Qué digo! ¡¡Es el mayor descubrimiento desde la invención del telescopio!!—


Pero pronto Cristock descubrirá que su hallazgo es todavía mayor, muchísimo mayor, de lo que él pensaba...

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