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viernes, 23 de agosto de 2013

LII

Cruzan la puerta y, a pesar del suspense generado, no se ven cambios en el interior. Al menos no de momento. Cristock lo recuerda todo tal cual está ahora. También es cierto que no era ésa la puerta por la que solía entrar cada tarde y por tanto tampoco tiene un recuerdo exacto del lugar.

Un hombre con uniforme del ejército de los EEUU se acerca a lo lejos y les informa que está todo listo. Mira a Cristock y lo saluda con respeto militar, a lo que el científico, un poco desubicado, le devuelve el saludo. El militar continúa su camino y el grupo avanza en otra dirección mientras charlan.

Giovanna le dice a Cristock que toda la verdad que le han ocultado, e incluso las mentiras, han sido sólo y exclusivamente por su bien y el de la organización, en ningún caso a nivel personal. Le habla entonces sobre el esqueleto que rescató en España. A Cristock de pronto le escuece, psicológicamente al menos, y se rasca el calambrazo que aquel duende del parking le aguijoneó en su costado derecho. Giovanna le comenta que, obviamente, sabían que iría a la procura de esos huesos y que, de hecho, lo deseaban, pues así podrían "usar prestada" la Lente durante algunas noches. Cristock se pregunta si, más que desearlo, lo manipularon todo para que así fuera... Pero decide guardarse la duda eternamente para sí.

Cristock ya no sabe dónde se encuentra. Han cruzado varias puertas sin apenas darse cuenta, como si hubiera recorrido decenas de pasillos de un hospital tumbado en una camilla. Él ha participado también en los planos de lo que creía era la totalidad del edificio del Telescopio, pero esos entresijos no le suenan de nada... A medida que avanzan, aparece más personal, la mayoría parecen ajetreados. Algunos visten ropas militares, otros batines de color claro y otros ropa de calle; o eso cree Cristock, que, a estas alturas del laberinto, no sabe dónde está ni con quién... Lo que sí le ha quedado claro es que toda esa gente parece conocerlo muy bien, pues casi todos sino todos, se han dirigido a él para saludarlo muy respetuosamente. De pronto, cruzan una puerta más y se topa de frente con los huesos que profanó en la vía del tren.

Se para frente a él y los demás esperan a su lado, a que lo asimile. El esqueleto está reconstruido en posición sentada, con las piernas cruzadas y un libro en sus manos, el cual "lee". Cristock intenta leer el título de ese libro pero está escrito con extraños caracteres; quizás algún clásico de la literatura de estos seres o algún tratado político o "humanitario". Franklin le explica que para ellos, para los duendes "como él los llama", este personaje representa el pecado de alguna forma, y que lo tienen "castigado" aprendiendo las bases de la ultra civilización. Cristock pregunta qué es eso de la ultra civilización, qué es lo que ha hecho mal este ser y sobre todo QUIÉNES lo tienen castigado. F&G se miran mutuamente... 

Franklin le habla del enfrentamiento entre ese duende y el neandertal. Dice que, para ellos, el comportamiento de este individuo, aunque normal en aquella época, representa hoy una actitud abolida y contra la que llevan milenios combatiendo. Recordarle, indirectamente, a Cristock que observaban todo lo que él investigaba con la Lente, es algo que le enerva intensamente. Les echa en cara, casi a gritos, que lo tenían como al "chico de los recados", un simple mensajero que les va "a buscar el pan a España". Cristock golpea la ornamentada silla donde se sienta el esqueleto y éste se descoloca levemente, quedando con la cabeza mirando hacia arriba de forma antinatural. Un hombre de la organización se acerca apresuradamente al esqueleto, aunque apenas se atreve a tocarlo. Franklin desmiente todo eso y alega que la razón del viaje fue porque la organización necesitaba utilizar el Telescopio durante unos días. Y también, dice, que creían que le vendría bien tomar el aire; unas vacaciones donde, además, tuviera la oportunidad de comprobar que todo era real y, por tanto, bueno para su salud mental. Cristock se enfada todavía más, pues se siente como una marioneta a la que han utilizado y a la que han exprimido hasta sacarle todo el jugo que necesitaban. Da ahora propina una fuerte patada a la silla del duende, desplomándose su libro y varios huesos contra el rocoso suelo. El cráneo, que, milagrosamente, había resistido miles de años casi intacto, se quiebra ahora en tres pedazos ante la atónita mirada de los allí presentes.

–¡Por fin nos conocemos, mi queridísimo Cristock Earl!–

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