Al día siguiente, Rocco ya le estaba esperando en la estación. —¡Rocco!
¡Qué puntual!— Le gritaba Cristock desde la distancia. El hombre le respondió,
no obstante Cristock se perdía un poco entre algunas expresiones latinas de su
colega; pero no preguntó. Rocco llegó equipado con todo el material que le
había pedido e incluso alguna herramienta a mayores; sin duda un personaje
precavido. Sin más preludios, el dúo se puso en marcha.
Rocco era de rápido caminar, así que era Cristock quien le seguía, al fin y
al cabo el camino era todo recto siguiendo las vías, y tan largo que Cristock
tenía mucho tiempo para analizar el curioso cuerpo rechoncho de su colega. Era
bastante fláccido —con forma de botijo—; con abdomen bastante estrecho pero de
amplias caderas y nalgas “ondulantes” (para la vista de un científico). Durante
el largo trecho, Rocco ametrallaba a Cristock con preguntas de todo tipo:
"¿Qué es lo que vamos a buscar? ¿Habrá oro por aquí? ¿Estuviste en la
NASA?" Por suerte, el hombre era tan charlatán que Cristock a penas tenía
que articular palabra, así que no se hacía necesario tener que inventarse
historias al respecto como sí necesitó hacer con su familia.
Lo único que a Cristock le preocupaba era lo que pasaría si encontraban el esqueleto
del duende. ¿Qué le iba a decir a Rocco? Aunque había prometido guardar
secreto, Cristock desde luego jamás se lo contaría, sobre todo con ese afán
suyo de desconfianza hacia el prójimo y menos aún con la afición que tenía su
compañero por la palabrería. —Quizás si lo mato y aprovecho el hoyo para
enterrar las pruebas...— Agacha la cabeza para que Rocco no aprecie la tonta
sonrisa que Cristock no es capaz contener. —Bueno, ya pensaré en algo cuando
llegue el momento.—
Cuando el GPS avisó de la llegada al lugar exacto, los dos se pusieron
manos a la obra. Sobre todo Rocco, que para eso había venido. Y a pesar de su achaparrado
aspecto, con pinta de no haber hecho ejercicio en su vida, en verdad proyectó
mucha energía en la faena. Cristock en cambio enseguida se cansó y tuvo que
parar. Disimuló mirando y toqueteando su GPS, como si necesitara de sus
continuos ajustes. Y, con el tiempo, el trabajo de Cristock se acabó limitando
a servir de avisador para Rocco cuando un tren se acercaba.
—¡¿Vas bien, Rocco?!— Para contestarle, Rocco necesitaba levantar la cabeza
del hoyo en el que ya se encontraba. Todavía no habían encontrado nada y
Cristock empezaba a perder la esperanza. —Quizás no hice bien el cálculo de las
coordenadas... O quizás el cuerpo del duende se haya deslizado a otro lugar,
quizás por una riada... O quizás haya desaparecido; se lo hayan comido los
animales... O quizás no se haya sedimentado bien y se haya podrido con el
tiempo...— ... —¡O quizás no se trate de un mismo planeta! ¡¡Pero qué estoy
haciendo aquí!!—
Rocco parecía haber encontrado algo de pronto y, Cristock, despertando de
su paranoia, corrió a ver. Una antigua botella de Coca-Cola es lo que se
encontró… Y por un estúpido momento pensó en la posibilidad de tratarse no
obstante de un gran descubrimiento, pues una botella de cristal a esa
profundidad y en perfecto estado de conservación tenía su mérito. —Quizás tenga
algún valor en internet…— Cristock la cogió y la miró con interés. —No, no es
lo que buscamos, Rocco. Pero eso es, tú avísame cada vez que veas algo extraño:
una botella, una bolsa de plástico, los huesos de algún animal muerto… Lo que
sea.—
Cristock, antes del viaje, había investigado sobre el tipo de terreno de
esta parte noroeste de España. Sabía bien que el suelo sobre el que ahora se
encontraba estaba compuesto de roca sedimentaria y que las posibilidades de
conservación del esqueleto eran realmente óptimas. Al menos por ese lado tenía
un as en la manga. Miró entonces la botella que tenía en su mano y por un absurdo
impulso la lazó lejos contra una piedra. Rocco se asustó y pegó un grito,
contenido, pero grito al fin y al cabo.
Entre tanto apareció otro tren en la lejanía. Cristock avisó a Rocco y
ambos corrieron al arbusto. Por alguna razón, el bullicio del convoy pasando a
pocos metros de ellos dos hizo que ambos se arrimasen el uno al otro sin darse
cuenta. El sol ya se estaba posando en el horizonte. Rocco se fijaba
atentamente en el tren y las luces de los vagones iluminaban su cara, un rostro
barbudo que pretendía ocultar unas facciones suaves, muy suaves... […]
—¡Es una mujer! ¿?—
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