El medio de grabación del que disponía este observatorio era, como no podía
ser de otro modo, el más avanzado que existía. Se trataba de un sistema que
denominaban Grabación Bioquímica, o sea biotecnología, también usada en otros
apartados de la Lente Espía. Estas grabaciones permitían al astrónomo manejar a
su antojo casi todos los aspectos de un vídeo que había sido grabado
previamente; aspectos tales como la cantidad de luz, la redimensión sin
interpolación o el control de la velocidad de imágenes por segundo.
Por tanto, reprodujo Cristock el vídeo que acababa de grabar y redujo la
luminosidad hasta casi el máximo de sus posibilidades (¡realmente no termina de
poner al límite todas las capacidades de su Telescopio!). Comprobó por fin lo
que era indudable: No se trataba de un misil ni de ningún arma explosiva, sino
de un cohete. La explosión de luz provenía del propio Cohete, que, debido a la
enorme velocidad alcanzada, se producía una acumulación de luz. Igual que
sucede con las explosiones sonoras, donde un objeto ruidoso superando la
barrera del sonido produce estallidos, que no es más que el ruido del propio
objeto auto multiplicado gracias a (o por culpa de) su gran velocidad. Lo mismo
ocurre con la luz; los cuerpos que alcanzan velocidades cercanas a las de la
luz se delatan por una acumulación constante de cualquier emisión luminosa que
pueda surgir del cuerpo en cuestión. —Pero... Será posible que estos... enanos,
sean capaces de viajar a semejantes velocidades¿?—
Tecnicismos aparte, nos centramos en lo que Cristock pudo observar una vez
ajustada la luz, y es lo siguiente: El Cohete de los duendes salió propulsado
hacia el espacio, en perpendicular. Durante los primeros dos o tres segundos,
se apreciaba bien su definición; luego empezó a desenfocarse hasta diez
segundos más tarde que acabó desapareciendo por completo. Por desgracia, el
desenfoque es uno de los aspectos fotográficos que no podía corregir la
Grabación Bioquímica. No obstante, el tiempo que permaneció enfocado, le bastó
a Cristock para percibir, con vista de águila, que el Cohete se había hecho más
grande; casi imperceptiblemente, pero perceptible al fin y al cabo, lo que era
un síntoma de su exageradísima velocidad. Y esta diferencia de tamaños, junto
con los datos del desenfoque, eran más que suficientes para que el ordenador pudiera
calcular la velocidad de la nave. Doscientos treinta y un mil quinientos
sesenta y cuatro (231.564) kilómetros por segundo, es decir un 77% la velocidad
de la luz.
La dirección de la Nave apuntaba hacia Tierra 1 con un ángulo de
inclinación de cero con ocho grados. Esto despertó aún más la curiosidad de
Cristock, como era de esperar, y se dispuso a calcular el destino de dicha Nave
espacial. Descubrió que se dirigía hacia una estrella situada a tan sólo... —Un
momento.—
Cristock se paró de repente y empezó a gesticular de forma algo esquizoide.
Murmuró muy por lo bajo mientras movía sus manos con tan poca claridad como sus
palabras y como queriendo representar algo en un espacio imaginario ante su
cara. Entonces se lanzó sobre los mandos de la computadora y confirmó lo que se
estaba temiendo: La Tierra, Tierra 1, su Tierra, se cruzará justo con la
trayectoria del Cohete dentro de cinco mil años. Pero no sólo se topará con su
trayectoria, sino que impactarán; coincidirán ambos cuerpos en un mismo punto
en un mismo instante. —Según este ordenador, los duendes están viajando desde
Tierra 2 hacia Tierra 1. Si así es, se trata pues de dos planetas distintos y
no del mismo como imaginaba...— O como a Cristock le gustaría imaginarse.
Es bien sabido que los científicos investigadores, como artistas que son,
desean siempre la respuesta más extravagante, por imposible que parezca, y van
a por ella cueste lo que cueste. Pero a veces la respuesta se les resiste
sobremanera como en este caso a nuestro amigo Cristock Earl.
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