Volvió Cristock a
reproducir la parte final del vídeo, para analizar el momento en que la imagen
se vuelve negra, y comprobó que no era un fallo del propio vídeo; no era fallo
informático, ni tampoco de la Lente, sino que se trataba de un objeto físico
que se interpuso entre el telescopio y la caseta de los duendes. Se podía apreciar,
fotograma a fotograma, cómo ese objeto entraba por la parte derecha inferior de
la imagen y salía por la parte superior izquierda. También se percató, cuando
ya había pasado la mancha negra, justo al final del vídeo, que unas sombras se
asomaban por el interior de la caseta, lo que indicaba que, seguramente, los
duendes se habrían metido dentro de su refugio durante el barrido de la sombra
negra.
Trasteando en la línea
de tiempo del vídeo, el azar le llevó al momento de la patada en el culo al neandertal.
Repitió ese momento una y otra vez, sin poder evitar sonreír, al tiempo que se
le iban cerrando los ojos...
[...]
Cristock se quedó
dormido delante del ordenador y su hija Abby, que ya se ha despertado, estaba a
su lado, intentando despertarlo. Son casi las ocho de la mañana y Abby le dice
que le toca llevarla al colegio. El vídeo de los duendes continuaba en
reproducción y Abby se quedó mirándolo. Pero su padre no se dio ninguna prisa
en cerrarlo, no sólo porque acababa de despertarse, sino porque una niña de 11
años, estudiante de primaria, sólo podría pensar que se tratara de alguna
película, y no de la primera grabación de seres extraterrestres de la historia.
—Abby. Vas a tener que
ir tú sola al cole. Corriendo. ¡O volando...! ¿Sabes volar? Es muy fácil.— Cristock
cogió a su hija en brazos y la paseó por la habitación imitando el sonido de un
avión reactor mientras su hija no paraba de reírse. —¡Estamos descendiendo!
¡Descendemos! ¡Nos vamos a estrellar! ¡Tienes que propulsarte de alguna forma
para coger altura!— Como si se tratara de un juego habitual entre ellos, Abby
imitó el sonido, exagerado, de una ventosidad. —¡Oh, no ha sido suficiente!
¡Necesitamos más potencia!— La hija, sin dejar de reírse, exageró de nuevo el
sonido de más gases, esta vez con más fuerza, para que su padre la
elevase “hasta el techo”, como ella le pedía. Padre e hija continuaron unos
segundos más con su carnaval de onomatopeyas.
Llegó por fin la madre
para poner un poco de orden. Se quedó sorprendida por la energía que
desprendían ambos, en especial su marido, quien parecía más alegre que de
costumbre. —¿Pero no decías que tu madre estaba en huelga?— Cristock dejó a Abby
en el suelo y fue apagando el ordenador, sin olvidar coger su inseparable
tarjeta de memoria. Abby se fue corriendo a la cocina a tomar el desayuno. —¡Eso,
corre a repostar combustible! Llena el depósito.— Eleanor miró a Cristock con
cara de compasión y extrañeza por no haber descansado. Para quitarle
importancia al asunto, Cristock con un mero gesto le respondió que simplemente
se le había acumulado el trabajo, como siempre... Y, en cierto modo, cierto era.
Eleanor comenta que
prometió llevar a Abby al nuevo centro comercial después del colegio, pero que
finalmente no puede, y por lo visto Cristock tampoco parece estar en
condiciones. Pero él, acostumbrado a aceptar los casos más imposibles antes que
los cotidianos, acaba incluso insistiendo en llevarla, a pesar de ser un asunto
claramente prescindible. Sin más, se va a dormir y le pide que lo despierte
veinte minutos antes de salir.
[...]
Cristock sabía que su
mujer no lo llamaría tal y como él le pidió, sino que lo dejaría dormir hasta
más tarde. Por eso puso la alarma y cumplió con la promesa que se había
prometido a sí mismo, lo cual alegró todavía más a Abby, que ya se había
resignado a quedarse en casa esa tarde.
Ya en el centro
comercial, Cristock empezó a arrepentirse de su decisión... Estaba abarrotado
de gente, como era de esperar; y su hija además lo llevaba precisamente a las
zonas donde más gente había. Al contrario, él pretendía visitar los locales más
sosegados, y por suerte acabó convenciéndola para entrar en una librería. Al
menos durante una breve pausa pudo descansar un poco la cabeza de tanto
ajetreo. En la librería, mientras Cristock ojeaba libros de ciencia en general,
Abby ya había encontrado entretenimiento en los libros juveniles. —Ojalá se
mantenga ahí quietecita un rato...— Y mientras pensaba esto, miró hacia la
sección juvenil y ya no estaba allí.
Apareció de pronto Abby
por su espalda; había cogido un libro para enseñárselo a su padre, y ahí
estaba, a su lado, mostrándole una portada donde aparecía el dibujo de unos
duendes con gran parecido a los seres de Tierra 2. Le dijo, en su habitual tono
elevado, que eran como los de la película que estaba viendo. Cristock se quedó
bastante abochornado; no creyó que fuera a recordar aquella imagen que vio
fugazmente, o al menos no con tanto detalle. Con seguridad había la niña
heredado la memoria fotográfica de su padre, cosa que le habría alegrado mucho
a Cristock en cualquier otro momento, pero en ese instante no le hacía ninguna
gracia...
—Sí, son parecidos.— Con
una seca respuesta y desviando su mirada de nuevo a los libros de ciencia,
Cristock pretendía hacerle olvidar el asunto a Abby, pero ella siguió insistiendo.
La niña remarcó la diferencia con los duendes del vídeo de su padre, que tenían
el pelo hacia arriba. Preguntó como hacían para sostener su pelo en vertical. —Usan
mucha gomina—, dice el padre. Abby colocó su cabeza hacia abajo casi a la
altura de las piernas para dejar caer su pelo hacia el suelo, imitando así la
rigidez del pelo rojo de los extraños seres de Tierra 2. Cristock, visto el
interés de su hija en el tema, le cogió el libro y le preguntó si lo quería,
intentando así zanjar el tema de una vez por todas. Ella dijo que es para niños
y salió enfadada de la librería dejando a Cristock con el libro en las manos,
mirándose, el uno al otro; otra vez…
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