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viernes, 25 de julio de 2014

XII

Unas horas más tarde, Cristock se puso por fin a los mandos de su Gigante. Franklin aún no había llegado, pero quizás lo hiciera de un momento a otro, así que debería centrarse hoy en su antigua nebulosa, no vaya a ser… —No. ¡Qué diablos! No. No puedo pasarme toda una jornada, ¡con lo cortas que son!, sin averiguar algo nuevo sobre Tierra 2. No puedo. ¡No quiero!— Así que cogió Cristock su memoria portátil y la introdujo en la computadora del Telescopio. Éste se puso en marcha automáticamente a la búsqueda del misterioso sistema solar. Ese tiempo lo empleó Cristock para pensar qué podía hacer en cuanto Franklin apareciese por la puerta. Debía discurrir algún plan, ¿pero cuál? … El caso es que la pantalla ya mostraba Tierra 2 y Cristock seguía sin plan alguno, pero dejó de importarle de inmediato; lo que estaba viendo era de tal majestuosidad que no podía pensar en otra cosa y, como hipnotizado por aquello, continuó en dónde lo había dejado el día anterior, sin más dilación.

Acercó el plano hasta el punto exacto donde había sucedido la caza del mamut. Evidentemente ya no había ni mamut ni neandertales, pero sí había el rastro que habían dejado los homínidos al arrastrar el paquidermo por el suelo. Lo arrastraron a lo largo de toda la pradera, y Cristock siguió el rastro con impaciencia. —La de horas que les habrá llevado arrastrar el animal por todo el campo. ... Habría sido un espectáculo impresionante, lleno de información sobre esta especie de humanos desaparecidos. Tendría que haberlo grabado...— Al llegar a la frondosidad del bosque, se perdió el rastro. Aun así, llevado por su intuición, siguió tras la pista de la tribu. En algún lugar cercano tendrían que tener su guarida; quizás en una cueva, o en chozas de madera... —O al menos eso dice el libro.— Cristock abrió su libro de los neandertales y le echó un vistazo a la página que hablaba sobre los tipos de viviendas que se construían en aquellos tiempos. Sin quitarle ojo al libro, vigila constantemente la pantalla del Telescopio mientras éste se desplaza automáticamente por el bosque. En un momento de despiste, concentrado en unos dibujos del libro, le parece haber visto algo en la pantalla; quizás la dichosa cabaña. Deja el libro y retrocede el movimiento del Telescopio. —Eh... Sí, es una cabaña. ¡Es una cabaña! Pero...— No era una cabaña como la de los dibujos del libro, ni mucho menos.

Aquella vivienda no parecía en absoluto una construcción neandertal. Estaba construida en un pequeño descampado artificial, en medio del bosque. Y artificial también era la palabra que mejor definía la propia construcción. Desde luego construida con maquinaria o al menos herramientas y técnicas de fundición. Nada que ver con la cultura musteriense del paleolítico medio; ni siquiera con las técnicas más avanzadas del paleolítico superior. —Pero en qué estoy pensando¿? Claro está que se trata de algo mucho más moderno y avanzado, ¡mucho más incluso que las construcciones actuales!— Eso no podía ser cosa de homínidos, ni siquiera cosa de humanos... Era una construcción pequeña, del tamaño de una casa normal, pero de corriente no tenía nada. Su techo era de una superficie brillante y totalmente lisa, como pulida; incluso reflectante, y no con forma de tejado tradicional sino plano, perpendicular a las paredes, por lo que tomaba ese tono azul reflejo del cielo. Las paredes casi no podía verlas, tan sólo las de un lado, ya que la visión casi cenital de la imagen se lo impedía. No parecían paredes muy altas, y lo que también sí pudo visualizar fue una pequeña puerta en una de ellas. —¡Una puerta!— Así que se quedó a esperar; estaba seguro de que en cualquier momento alguien saldría, o entraría, por aquella puerta.

Esperó y esperó, muchos segundos y algunos minutos, que para él eran como horas enteras. Decidió entonces capturar un vídeo de todo lo que estaba sucediendo en pantalla, para guardarlo y estudiarlo posteriormente con todo detalle, pues tenía la esperanza e incluso el presentimiento de que algo interesante ocurriría... Y por fin, la puerta se abrió. Se abrió con rapidez y del interior de la vivienda salió corriendo un hombre de Neandertal. Tropezó y calló al suelo, miró hacia atrás, para el interior de la casa y echó a correr hacia el bosque a toda prisa. Cristock lo siguió con la Lente durante unos segundos pero en seguida decidió volver a encuadrar la puerta de la casa; estaba claro que algo más saldría de ahí dentro. Y así fue, nada más pararse de nuevo en la puerta, que seguía abierta, salió otro neandertal, —Parece una mujer.—, que también echó a correr hacia el bosque. Luego apareció otro, y luego otro,... Una tribu entera de neandertales, de unos treinta miembros, salieron del interior de la extrañísima casa. Todos escaparon hacia el bosque, pero Cristock no se atrevió a seguir a ninguno de ellos. Se muere de ganas por saber hacia dónde van todos, pero más interés le procesa el saber de qué escapan todos ellos, y por eso continúa con la vista puesta en aquella puerta. —¡Ojala tuviera dos Telescopios...!—

Cuando por fin ya no salieron más neandertales del interior, se produjo una pequeña pausa y, entonces, un último personaje salió, miró rápidamente a su alrededor, entró de nuevo y cerró la puerta. Todo realizado con movimientos muy, muy esquemáticos. Pero... ¿quién era ese personaje? ¿Por qué iba vestido de esa forma tan extraña? ¿Y qué llevaba en lo alto de la cabeza? ... ¿Era un Homo Sapiens? No, eso desde luego que no. Los Sapiens son algo más altos que los neandertales, y esta persona, este ser, era incluso más bajo que un hombre de Neandertal. Y tampoco parecía uno de ellos en lo que a fisionomía respecta, a juzgar por los rasgos faciales que le pareció observar en ese breve espacio de tiempo y a esa cierta distancia y ángulo casi cenital. De hecho, fisonómicamente eran totalmente opuestos: los neandertales tienen la nariz muy grande y unos ojos escondidos bajo sus prominentes cejas, en cambio este hombre tenía ojos muy expresivos, grandes, y la nariz apenas se le apreciaba. En cuanto al ropaje, el extraño personaje llevaba una fantástica vestimenta ajustada al cuerpo, nada que ver con las pieles de animales que llevan los Homínidos. —Pero todavía tienen menos parecido con nuestra ropa actual…— También resaltaba, sobre todo, esa especie de turbante de color rojizo que el ser llevaba sujeto a la cabeza, lo que le daba más altura de la que en realidad tenía, pero ni así parecía ni más alto que los neandertales, quienes, según el libro de Cristock (y cualquier otro libro sobre el tema...), medían 1,65 metros de media. Por tanto, resumía Cristock, se trataba de un ser de metro y medio de altura a lo sumo, de complexión más bien débil y con rasgos faciales muy suaves e inquietantemente expresivos. Es todo lo que pudo comprobar en el par de segundos que el personaje "salió a escena".

—¡Se abre!— La puerta se abrió de nuevo. Parecía que Cristock iba a tener más tiempo para analizar al personaje con detenimiento. Y del interior salieron ahora dos, tres y hasta cuatro personajes; todos iguales, todos vestidos con ese traje de película de ciencia ficción. Todos con ese turbante... —No. No es un turbante, parece su propio pelo, un pelo rojo muy largo peinado hacia arriba, como si fueran disfrazados; de duendes...— Y los "duendes" miraron a un lado, miraron al otro y por último miraron hacia arriba, lo que a Cristock le impresionó de sobremanera, pues parece que le estén mirando fijamente a los ojos. Realmente lo parecía, a pesar de ser imposible ya que están a años luz de distancia. Se quedaron mucho rato mirando al cielo, quizás a algún pájaro. —Quizás miren al Sol, para guiarse en el tiempo. O puede que- …Dios, parece que estén mirando para mí… Estos tíos me están mirando a mí. ¡Me están mirando a mí!— Los pensamientos de Cristock empezaban a colapsarse ante semejante y grotesca desinformación constante.

Entonces, de pronto, entró Franklin por la puerta del observatorio y saludó, como siempre, con un ímpetu contagioso que levantó a Cristock de su asiento; impulso que aprovechó éste para apagar con disimulo el monitor principal. Se acercó Cristock a su compañero mientras lo saludaba, efusivo de más, disimulando su terror ante la situación. Franklin no era un experto astrónomo, pero comprendía bastante bien el funcionamiento del Telescopio y sus entresijos informáticos, al menos lo suficiente como para saber que, lo que Cristock estaba observando, no era la nebulosa de la que le había hablado. Si bien Cristock había apagado la pantalla principal, se podían leer datos como la distancia o las coordenadas en otras pantallas colindantes, y Franklin parecía haberse fijado en ello con cierta extrañeza.


Cristock se dirigió a la puerta, animando a Franklin a que le siguiera. —Te estaba esperando. Me muero de hambre…— Así que le invitó a cenar algo mientras tomaba un poco el aire. Parece haber dejado a Franklin con las ganas, pero enseguida éste, comensal antes que nada, recapacitó y cedió ante la petición de su amigo. Así pues, Franklin le siguió, pero no sin dejar de echar un último y fugaz vistazo a los paneles de información.

viernes, 18 de julio de 2014

XIII

Súbitamente, Cristock había ideado un plan que consistía en marchar ambos a la cafetería y con suerte alargar la cena (desayuno para Franklin) hasta que el Telescopio se apagase automáticamente con la salida del Sol. El problema es que aún quedaban casi 3 horas, y ni el mejor político del mundo podría mantener a Franklin en contra de su voluntad durante tanto tiempo. Pero incluso así había que intentarlo.

Todo su plan por los suelos en cuanto Franklin recapacita y pregunta que a dónde van, que él ha venido para ver estrellas, galaxias, “¡nebulosas!”, dice. Cualquier cosa que esté a menos de un año luz de distancia no le interesa. A menos que esté hablando de la “constelación Cruasán”, comenta Franklin con cierto humor pero con decisión. Por tanto Cristock no tiene más opción que volver a su sitio y hacerlo cuanto antes para no seguir alargando más esa tortura psicológica que estaba viviendo. Y durante esos pocos metros que separaban la puerta de su asiento, debía pensar un plan B; o C (o D). Quizás no hubiera si quiera un plan posible, pues en realidad todo le había salido al revés desde que Franklin había llegado.

Con la presión del momento, Cristock hablaba insustancialmente mientras se acerca a su asiento y, sin llegar a sentarse, borra las coordenadas de las pantallas para que Franklin deje de verlas, cosa que no había dejado de hacer desde que entró por la puerta. Introdujo entonces las nuevas coordenadas, las de la nebulosa, y se dispuso a ejecutar la orden pero... no podía hacerlo. Recordó que, si bien la pantalla no mostraba ninguna imagen de Tierra 2, la grabación de vídeo que había puesto en marcha hacía unos minutos, seguía por supuesto en funcionamiento. Por tanto, tras aquella pantalla negra y sin vida, podrían estar ocurriendo hechos increíbles que no podía ni imaginarse; no podía porque la presencia de Franklin le impedía pensar en ello. Pero ahora lo importante era al menos intentar mantener la grabación en activo durante el mayor tiempo posible, antes de ponerse con la ya odiosa nebulosa.

Entonces Franklin, formuló la más comprometida pregunta que podía hacer en ese momento: le preguntó por las coordenadas que había en pantalla. Pero Cristock, lejos de dejarse asustar, aprovechó la pregunta para prolongar aún más el tiempo de la grabación (cuanto más mejor) explicándole tranquilamente lo que estaba haciendo, por supuesto omitiendo los detalles referentes a Tierra 2, pero sin ocultar otros datos reales, pues Franklin lo detectaría inmediatamente. Así que le explicó, en resumen, que estaba inspeccionando un grupo de estrellas de la Vía Láctea. Un sencillo estudio sobre la expansión de nuestra galaxia y que tenía pendiente desde hacía algún tiempo, pero que ya lo había terminado por fin.

Cristock consiguió alargar la charla lo suficiente como para aportarle algunos minutos más de grabación, pero el monólogo resultaba tan superficial y falto de interés que Franklin caminaba aburrido hacia la pantalla principal, como movido por impulsos y, aparentemente, con la intención inconsciente de encender el monitor en cualquier momento. Esto inquietaba a Cristock que, sin dejar de hablar, no tuvo más remedio que verse obligado a presionar el botón y poner el Telescopio por fin en localización de la nebulosa, antes de que a Franklin se le fueran las manos más de la cuenta.

Cual fue la sorpresa para ambos, al comprobar que el Telescopio no reaccionaba a la orden de Cristock y, movido por la impaciencia, presionó el mismo y otros botones repetidas veces; algunas teclas incluso fueron presionadas conjuntamente. Todo valía con tal de quitarse de en medio la imagen de Tierra 2, ya que Franklin en cualquier momento encendería la pantalla para ver qué ocurre, y Cristock, por ética, no se lo iba a poder prohibir... Pero justo cuando Franklin estaba a punto de encender el gran monitor principal, un extraño y profundo ruido retumbó desde las entrañas del Telescopio. —¿Qué ha sido eso?— Pregunta Cristock como si Franklin tuviera la respuesta, pero éste se limita a encender la pantalla ante la petrificada, por inexpresiva, mirada de Cristock. Por suerte, y desgracia, la pantalla no mostraba más que un mensaje de error, nunca visto. Parece que los tecleos pianísticos de Cristock sobre los sensibles comandos del Telescopio, lo habían dejado K.O.

—¿Y ahora qué hacemos?— De nuevo Cristock delega las decisiones sobre su compañero, infructuosamente. Desde luego no podían largarse sin más y dejar que lo reparasen los técnicos a primera hora de la mañana. No en ese estado, con la Lente estancada mirando descaradamente hacia Tierra 2. Siendo así, los técnicos y demás especialistas habrían desmantelado el secreto de Cristock de la manera más tonta. Y después del esfuerzo que había pasado por ocultárselo a Franklin durante todo el día, dejar que eso ocurriera sería lo último. Así que, a pesar de la insistencia de Franklin en largarse y dejar que los técnicos hagan su trabajo, Cristock acabó apañándoselas para desbloquear algunos automatismos y mover el Telescopio a su posición inicial. Se cerró y apagó el Telescopio un par de horas antes de lo habitual; Cristock había conseguido borrar toda marca y coordenada de Tierra 2 de la memoria del computador. Tan sólo quedaba el vídeo que había grabado, el cual cortó y pegó rápidamente en su tarjeta de memoria, con la habilidad de un especialista en cartomagia, para que Franklin no se diera cuenta. Luego cogió su memoria y la metió en el bolsillo. Esto último lo hizo en cambio sin ningún problema ante la mirada de Franklin, pues lo último que éste habría pensado es que ahí dentro guardara un video con imágenes de unos duendes de pelo rojo en un planeta idéntico al nuestro hace treinta y tres mil años...

Cristock y Franklin se despidieron el uno del otro en el aparcamiento, mientras se subía cada uno a su coche. Franklin le echa en cara el tiempo perdido, pero avisa que volverá pronto y que espera sea un día más provechoso que el de hoy… —¡Cuidaré de la Lente en tu ausencia!— Pero Franklin ni sonríe mientras se aleja en su coche. Había venido a ver la nebulosa de su compañero con gran ilusión y se había ido sin nada, o peor, con un molesto error informático.

Cristock se quedó por fin a solas. De nuevo el recorrido en coche a su casa le sirvió para reflexionar sobre lo que ha visto hoy a través de la Lente. Se pasó todo el camino pensando en el vídeo que había grabado en su tarjeta de memoria. —¿Quiénes serán esos seres con aspecto de duende? ¿Y por qué se habrán quedado mirando hacia arriba? Realmente me he asustado como un crío cuando los cuatro personajes miraron al cielo. Parecía que estuvieran mirándome a mí directamente... Vaya si lo parecía. Me sentía como un Dios; como si pudiera hacer lo que quisiera con ellos; como si los tuviera ahí al lado mía; como si los pudiera tocar con el dedo, o aplastarlos con mi mano si quisiera. ... Qué sueño tengo.. tengo... Tengo que dormir de una vez. … Pero antes tengo que ver el vídeo.—


Cuando llegó a casa, mucho antes que de costumbre, su mujer e hija estaban aún dormidas, así que aprovechó para sentarse cautelosamente ante su ordenador y visualizar por fin el expectante vídeo. Introdujo la memoria, reprodujo el vídeo y...



Fin del capítulo 2

viernes, 11 de julio de 2014

XIV

LA LENTE ESPÍA
Capítulo 3
                                              
Ahí estaban, los neandertales, saliendo uno tras otro de la caseta metálica. Todo esto ya lo había visto, así que adelantó la imagen, a cámara rápida, hasta el momento en que había apagado la pantalla, cuando aparecieron los cuatro "duendes". Le da al play y revive la escalofriante escena de los cuatro extraños personajes mirando al cielo / a Cristock. Mantuvieron su vista en lo alto durante un breve instante, menos tiempo incluso del que Cristock recordaba, y eso que la imagen en “directo” la había tenido que cortar por culpa de la llegada de Franklin, pero sin duda el terror de aquella visión le había parecido interminable.

Después de esto, los personajillos parecían estar conversando entre ellos. Le costaba a Cristock darse cuenta de ello porque los duendes no gesticulaban prácticamente, al menos no con el cuerpo, y sus posibles gestos faciales eran difícilmente apreciables a esa distancia y perspectiva; no obstante tampoco parecían gesticular con el rostro. En cualquier caso, la posición de los cuatro, reunidos en círculo y mirándose unos a otros, daba a entender que una conversación estaba sucediendo en aquel momento. —¿Qué estarán hablando?— ... —Kuak Mak Taki Muak!!— Por asombroso que parezca, Cristock, influenciado por el sueño que ya le estaba golpeando con fuerza, estaba imitando el sonido de unos supuestos extraterrestres, como si de un doblador de películas de ciencia ficción de serie B se tratase.

Salió del interior un quinto duende, acompañando éste de un neandertal que llevaba atado por una cuerda. Como si fuera un perro, tal cual, el neandertal intentaba salir corriendo pero no podía; la cuerda se lo impedía. Era una cuerda de aspecto metálico que parecía emitir pequeñas descargas eléctricas a cada reacción violenta del neandertal. Resultaba un espectáculo de lo más denigrante para el homínido y, aunque los duendes permanecían físicamente impasibles, a Cristock le daba la sensación de percibir carcajadas burlonas de su interior.

Cuando el torturado neandertal cesó en su intento de escaparse al bosque, los duendes le quitaron la cuerda. Pero estaba ya exhausto y no se movió de donde estaba. Los cinco duendes esperaron un tiempo a que reaccionase, pero nada. Entonces, uno de ellos se acercó al neandertal y le pegó una patada con la planta de su pie en el trasero, quien cayó al suelo, reaccionó por fin y salió corriendo en la misma dirección que antes corrieron sus compañeros. Y de nuevo Cristock, influenciado ya por un sueño inhumano, había soltado una pequeña sonrisa al observar este momento que tanto le recordaba a los gags del cine mudo. Y es que la imagen de Tierra 2, sin sonido y con un sólo punto de vista en plano general, tenía bastante en común con las sensaciones que transmitía el cine mudo y el teatro de pantomima. La única diferencia era que los duendes tenían muy poco de expresivos, al contrario que los mimos del teatro y los cómicos del inicio del cine. —Bueno, también está Buster Keaton... — Además de la inexpresividad, los duendes caminaban dando pasos muy cortos que recordaban al movimiento acelerado de las viejas filmaciones, a 16 fotogramas por segundo.

Tras la escapada del neandertal, los duendes se colocaron en círculo de nuevo, y de nuevo parecían estar riéndose de la situación. Esta vez uno de ellos incluso hizo un movimiento con la cabeza que, Cristock, malintencionadamente, interpretó como una expresión de burla. Seguidamente se fueron metiendo uno por uno en la caseta. El último, antes de entrar, volvió a mirar al cielo, y un inevitable escalofrío recorrió la espalda de Cristock. —Y menos mal que sólo es una grabación... —


El duende llamó a sus compañeros y salieron todos corriendo al exterior para mirar al cielo. De pronto la imagen se volvió negra durante un par de segundos. —Pero... ¡¡Qué pasa ahora!!— Y en seguida apareció de nuevo la caseta, pero ahora no había ningún duende merodeando; habían desaparecido todos. —¿Dónde se han metido?— Y fue entonces cuando el vídeo llegó a su fin; dejando a Cristock, como ya venía siendo habitual, con más preguntas que respuestas.

viernes, 4 de julio de 2014

XV

Volvió Cristock a reproducir la parte final del vídeo, para analizar el momento en que la imagen se vuelve negra, y comprobó que no era un fallo del propio vídeo; no era fallo informático, ni tampoco de la Lente, sino que se trataba de un objeto físico que se interpuso entre el telescopio y la caseta de los duendes. Se podía apreciar, fotograma a fotograma, cómo ese objeto entraba por la parte derecha inferior de la imagen y salía por la parte superior izquierda. También se percató, cuando ya había pasado la mancha negra, justo al final del vídeo, que unas sombras se asomaban por el interior de la caseta, lo que indicaba que, seguramente, los duendes se habrían metido dentro de su refugio durante el barrido de la sombra negra.

Trasteando en la línea de tiempo del vídeo, el azar le llevó al momento de la patada en el culo al neandertal. Repitió ese momento una y otra vez, sin poder evitar sonreír, al tiempo que se le iban cerrando los ojos...
[...]
Cristock se quedó dormido delante del ordenador y su hija Abby, que ya se ha despertado, estaba a su lado, intentando despertarlo. Son casi las ocho de la mañana y Abby le dice que le toca llevarla al colegio. El vídeo de los duendes continuaba en reproducción y Abby se quedó mirándolo. Pero su padre no se dio ninguna prisa en cerrarlo, no sólo porque acababa de despertarse, sino porque una niña de 11 años, estudiante de primaria, sólo podría pensar que se tratara de alguna película, y no de la primera grabación de seres extraterrestres de la historia.

—Abby. Vas a tener que ir tú sola al cole. Corriendo. ¡O volando...! ¿Sabes volar? Es muy fácil.— Cristock cogió a su hija en brazos y la paseó por la habitación imitando el sonido de un avión reactor mientras su hija no paraba de reírse. —¡Estamos descendiendo! ¡Descendemos! ¡Nos vamos a estrellar! ¡Tienes que propulsarte de alguna forma para coger altura!— Como si se tratara de un juego habitual entre ellos, Abby imitó el sonido, exagerado, de una ventosidad. —¡Oh, no ha sido suficiente! ¡Necesitamos más potencia!— La hija, sin dejar de reírse, exageró de nuevo el sonido de más gases, esta vez con más fuerza, para que su padre la elevase “hasta el techo”, como ella le pedía. Padre e hija continuaron unos segundos más con su carnaval de onomatopeyas.

Llegó por fin la madre para poner un poco de orden. Se quedó sorprendida por la energía que desprendían ambos, en especial su marido, quien parecía más alegre que de costumbre. —¿Pero no decías que tu madre estaba en huelga?— Cristock dejó a Abby en el suelo y fue apagando el ordenador, sin olvidar coger su inseparable tarjeta de memoria. Abby se fue corriendo a la cocina a tomar el desayuno. —¡Eso, corre a repostar combustible! Llena el depósito.— Eleanor miró a Cristock con cara de compasión y extrañeza por no haber descansado. Para quitarle importancia al asunto, Cristock con un mero gesto le respondió que simplemente se le había acumulado el trabajo, como siempre... Y, en cierto modo, cierto era.

Eleanor comenta que prometió llevar a Abby al nuevo centro comercial después del colegio, pero que finalmente no puede, y por lo visto Cristock tampoco parece estar en condiciones. Pero él, acostumbrado a aceptar los casos más imposibles antes que los cotidianos, acaba incluso insistiendo en llevarla, a pesar de ser un asunto claramente prescindible. Sin más, se va a dormir y le pide que lo despierte veinte minutos antes de salir.
[...]
Cristock sabía que su mujer no lo llamaría tal y como él le pidió, sino que lo dejaría dormir hasta más tarde. Por eso puso la alarma y cumplió con la promesa que se había prometido a sí mismo, lo cual alegró todavía más a Abby, que ya se había resignado a quedarse en casa esa tarde.

Ya en el centro comercial, Cristock empezó a arrepentirse de su decisión... Estaba abarrotado de gente, como era de esperar; y su hija además lo llevaba precisamente a las zonas donde más gente había. Al contrario, él pretendía visitar los locales más sosegados, y por suerte acabó convenciéndola para entrar en una librería. Al menos durante una breve pausa pudo descansar un poco la cabeza de tanto ajetreo. En la librería, mientras Cristock ojeaba libros de ciencia en general, Abby ya había encontrado entretenimiento en los libros juveniles. —Ojalá se mantenga ahí quietecita un rato...— Y mientras pensaba esto, miró hacia la sección juvenil y ya no estaba allí.

Apareció de pronto Abby por su espalda; había cogido un libro para enseñárselo a su padre, y ahí estaba, a su lado, mostrándole una portada donde aparecía el dibujo de unos duendes con gran parecido a los seres de Tierra 2. Le dijo, en su habitual tono elevado, que eran como los de la película que estaba viendo. Cristock se quedó bastante abochornado; no creyó que fuera a recordar aquella imagen que vio fugazmente, o al menos no con tanto detalle. Con seguridad había la niña heredado la memoria fotográfica de su padre, cosa que le habría alegrado mucho a Cristock en cualquier otro momento, pero en ese instante no le hacía ninguna gracia...


—Sí, son parecidos.— Con una seca respuesta y desviando su mirada de nuevo a los libros de ciencia, Cristock pretendía hacerle olvidar el asunto a Abby, pero ella siguió insistiendo. La niña remarcó la diferencia con los duendes del vídeo de su padre, que tenían el pelo hacia arriba. Preguntó como hacían para sostener su pelo en vertical. —Usan mucha gomina—, dice el padre. Abby colocó su cabeza hacia abajo casi a la altura de las piernas para dejar caer su pelo hacia el suelo, imitando así la rigidez del pelo rojo de los extraños seres de Tierra 2. Cristock, visto el interés de su hija en el tema, le cogió el libro y le preguntó si lo quería, intentando así zanjar el tema de una vez por todas. Ella dijo que es para niños y salió enfadada de la librería dejando a Cristock con el libro en las manos, mirándose, el uno al otro; otra vez…