Unas horas más tarde,
Cristock se puso por fin a los mandos de su Gigante. Franklin aún no había
llegado, pero quizás lo hiciera de un momento a otro, así que debería centrarse
hoy en su antigua nebulosa, no vaya a ser… —No. ¡Qué diablos! No. No puedo
pasarme toda una jornada, ¡con lo cortas que son!, sin averiguar algo nuevo
sobre Tierra 2. No puedo. ¡No quiero!— Así que cogió Cristock su memoria
portátil y la introdujo en la computadora del Telescopio. Éste se puso en
marcha automáticamente a la búsqueda del misterioso sistema solar. Ese tiempo
lo empleó Cristock para pensar qué podía hacer en cuanto Franklin apareciese
por la puerta. Debía discurrir algún plan, ¿pero cuál? … El caso es que la
pantalla ya mostraba Tierra 2 y Cristock seguía sin plan alguno, pero dejó de
importarle de inmediato; lo que estaba viendo era de tal majestuosidad que no
podía pensar en otra cosa y, como hipnotizado por aquello, continuó en dónde lo
había dejado el día anterior, sin más dilación.
Acercó el plano hasta el
punto exacto donde había sucedido la caza del mamut. Evidentemente ya no había
ni mamut ni neandertales, pero sí había el rastro que habían dejado los
homínidos al arrastrar el paquidermo por el suelo. Lo arrastraron a lo largo de
toda la pradera, y Cristock siguió el rastro con impaciencia. —La de horas que
les habrá llevado arrastrar el animal por todo el campo. ... Habría sido un
espectáculo impresionante, lleno de información sobre esta especie de humanos
desaparecidos. Tendría que haberlo grabado...— Al llegar a la frondosidad del
bosque, se perdió el rastro. Aun así, llevado por su intuición, siguió tras la
pista de la tribu. En algún lugar cercano tendrían que tener su guarida; quizás
en una cueva, o en chozas de madera... —O al menos eso dice el libro.— Cristock
abrió su libro de los neandertales y le echó un vistazo a la página que hablaba
sobre los tipos de viviendas que se construían en aquellos tiempos. Sin
quitarle ojo al libro, vigila constantemente la pantalla del Telescopio
mientras éste se desplaza automáticamente por el bosque. En un momento de
despiste, concentrado en unos dibujos del libro, le parece haber visto algo en
la pantalla; quizás la dichosa cabaña. Deja el libro y retrocede el movimiento
del Telescopio. —Eh... Sí, es una cabaña. ¡Es una cabaña! Pero...— No era una
cabaña como la de los dibujos del libro, ni mucho menos.
Aquella vivienda no
parecía en absoluto una construcción neandertal. Estaba construida en un
pequeño descampado artificial, en medio del bosque. Y artificial también era la
palabra que mejor definía la propia construcción. Desde luego construida con
maquinaria o al menos herramientas y técnicas de fundición. Nada que ver con la
cultura musteriense del paleolítico medio; ni siquiera con las técnicas más
avanzadas del paleolítico superior. —Pero en qué estoy pensando¿? Claro está
que se trata de algo mucho más moderno y avanzado, ¡mucho más incluso que las
construcciones actuales!— Eso no podía ser cosa de homínidos, ni siquiera cosa
de humanos... Era una construcción pequeña, del tamaño de una casa normal, pero
de corriente no tenía nada. Su techo era de una superficie brillante y
totalmente lisa, como pulida; incluso reflectante, y no con forma de tejado
tradicional sino plano, perpendicular a las paredes, por lo que tomaba ese tono
azul reflejo del cielo. Las paredes casi no podía verlas, tan sólo las de un
lado, ya que la visión casi cenital de la imagen se lo impedía. No parecían
paredes muy altas, y lo que también sí pudo visualizar fue una pequeña puerta
en una de ellas. —¡Una puerta!— Así que se quedó a esperar; estaba seguro de
que en cualquier momento alguien saldría, o entraría, por aquella puerta.
Esperó y esperó, muchos
segundos y algunos minutos, que para él eran como horas enteras. Decidió
entonces capturar un vídeo de todo lo que estaba sucediendo en pantalla, para
guardarlo y estudiarlo posteriormente con todo detalle, pues tenía la esperanza
e incluso el presentimiento de que algo interesante ocurriría... Y por fin, la
puerta se abrió. Se abrió con rapidez y del interior de la vivienda salió
corriendo un hombre de Neandertal. Tropezó y calló al suelo, miró hacia atrás,
para el interior de la casa y echó a correr hacia el bosque a toda prisa.
Cristock lo siguió con la Lente durante unos segundos pero en seguida decidió
volver a encuadrar la puerta de la casa; estaba claro que algo más saldría de
ahí dentro. Y así fue, nada más pararse de nuevo en la puerta, que seguía
abierta, salió otro neandertal, —Parece una mujer.—, que también echó a correr
hacia el bosque. Luego apareció otro, y luego otro,... Una tribu entera de neandertales,
de unos treinta miembros, salieron del interior de la extrañísima casa. Todos
escaparon hacia el bosque, pero Cristock no se atrevió a seguir a ninguno de
ellos. Se muere de ganas por saber hacia dónde van todos, pero más interés le
procesa el saber de qué escapan todos ellos, y por eso continúa con la vista puesta
en aquella puerta. —¡Ojala tuviera dos Telescopios...!—
Cuando por fin ya no
salieron más neandertales del interior, se produjo una pequeña pausa y,
entonces, un último personaje salió, miró rápidamente a su alrededor, entró de
nuevo y cerró la puerta. Todo realizado con movimientos muy, muy esquemáticos.
Pero... ¿quién era ese personaje? ¿Por qué iba vestido de esa forma tan
extraña? ¿Y qué llevaba en lo alto de la cabeza? ... ¿Era un Homo Sapiens? No,
eso desde luego que no. Los Sapiens son algo más altos que los neandertales, y
esta persona, este ser, era incluso más bajo que un hombre de Neandertal. Y
tampoco parecía uno de ellos en lo que a fisionomía respecta, a juzgar por los
rasgos faciales que le pareció observar en ese breve espacio de tiempo y a esa
cierta distancia y ángulo casi cenital. De hecho, fisonómicamente eran
totalmente opuestos: los neandertales tienen la nariz muy grande y unos ojos
escondidos bajo sus prominentes cejas, en cambio este hombre tenía ojos muy
expresivos, grandes, y la nariz apenas se le apreciaba. En cuanto al ropaje, el
extraño personaje llevaba una fantástica vestimenta ajustada al cuerpo, nada
que ver con las pieles de animales que llevan los Homínidos. —Pero todavía
tienen menos parecido con nuestra ropa actual…— También resaltaba, sobre todo,
esa especie de turbante de color rojizo que el ser llevaba sujeto a la cabeza,
lo que le daba más altura de la que en realidad tenía, pero ni así parecía ni
más alto que los neandertales, quienes, según el libro de Cristock (y cualquier
otro libro sobre el tema...), medían 1,65 metros de media. Por tanto, resumía
Cristock, se trataba de un ser de metro y medio de altura a lo sumo, de
complexión más bien débil y con rasgos faciales muy suaves e inquietantemente
expresivos. Es todo lo que pudo comprobar en el par de segundos que el
personaje "salió a escena".
—¡Se abre!— La puerta se
abrió de nuevo. Parecía que Cristock iba a tener más tiempo para analizar al
personaje con detenimiento. Y del interior salieron ahora dos, tres y hasta
cuatro personajes; todos iguales, todos vestidos con ese traje de película de
ciencia ficción. Todos con ese turbante... —No. No es un turbante, parece su
propio pelo, un pelo rojo muy largo peinado hacia arriba, como si fueran
disfrazados; de duendes...— Y los "duendes" miraron a un lado,
miraron al otro y por último miraron hacia arriba, lo que a Cristock le
impresionó de sobremanera, pues parece que le estén mirando fijamente a los
ojos. Realmente lo parecía, a pesar de ser imposible ya que están a años luz de
distancia. Se quedaron mucho rato mirando al cielo, quizás a algún pájaro.
—Quizás miren al Sol, para guiarse en el tiempo. O puede que- …Dios, parece que
estén mirando para mí… Estos tíos me están mirando a mí. ¡Me están mirando a
mí!— Los pensamientos de Cristock empezaban a colapsarse ante semejante y
grotesca desinformación constante.
Entonces, de pronto,
entró Franklin por la puerta del observatorio y saludó, como siempre, con un
ímpetu contagioso que levantó a Cristock de su asiento; impulso que aprovechó
éste para apagar con disimulo el monitor principal. Se acercó Cristock a su
compañero mientras lo saludaba, efusivo de más, disimulando su terror ante la
situación. Franklin no era un experto astrónomo, pero comprendía bastante bien
el funcionamiento del Telescopio y sus entresijos informáticos, al menos lo
suficiente como para saber que, lo que Cristock estaba observando, no era la
nebulosa de la que le había hablado. Si bien Cristock había apagado la pantalla
principal, se podían leer datos como la distancia o las coordenadas en otras
pantallas colindantes, y Franklin parecía haberse fijado en ello con cierta
extrañeza.
Cristock se dirigió a la
puerta, animando a Franklin a que le siguiera. —Te estaba esperando. Me muero
de hambre…— Así que le invitó a cenar algo mientras tomaba un poco el aire.
Parece haber dejado a Franklin con las ganas, pero enseguida éste, comensal
antes que nada, recapacitó y cedió ante la petición de su amigo. Así pues,
Franklin le siguió, pero no sin dejar de echar un último y fugaz vistazo a los
paneles de información.