—Zzz...— El tren seguía su curso y la pantalla del
satélite artificial mostraba su recorrido. Lo mismo, por tanto, ocurría en la
imagen de Tierra 2, aunque sin ningún tren en pantalla; tan sólo un constante
paneo con suaves curvas sobre el bosque nevado de la España pleistocena.
Cristock abrió los ojos vagamente. Observó de
nuevo el movimiento hipnotizante del tren, y de nuevo estuvo a punto de dormirse.
En ese instante algo apareció en la pantalla de Tierra 2 y Cristock se apresuró
a detener el programa de seguimiento automático de la imagen satelital, y por
consiguiente la del Telescopio. Retrocedió un poco, hasta donde le pareció
haber visto algo extraño. Era difícil ubicarse entre un montón de árboles sobre
la nieve, como si de trocitos de pan nadando en leche se tratase. Pero aún así,
a ojo, colocó el encuadre en el lugar que consideró acertado, y vaya si lo era.
—¡Bingo! ¡Ahí está! lo que sea que sea...—
En el suelo nevado del bosque había movimiento,
así que Cristock se apresuró en hacer zoom hasta ese punto. Como siempre, la
imagen del satélite hizo lo mismo ya que el SAM actúa también sobre esta
condicionante, y en su pantalla no se veía otra cosa que la vía del tren,
solitaria, cruzando la pantalla en diagonal, con sus dos largos carriles
metálicos y las respectivas traviesas de madera que los entrecruzan. Desde
luego un cuadro que cualquier fotógrafo minimalista sabría apreciar. Pero
Cristock no era fotógrafo, y menos aún minimalista, por lo que su atención se
centró, por suerte, en la imagen de Tierra 2. En Tierra 2, y ya con el zoom
terminado, se distinguían dos individuos, dos neandertales.
—¿Pero qué hacen estos dos? Aquí. Solos.— A
Cristock le extrañaba porque sólo los había visto en grupo, cazando. Pero estos
dos no estaban de caza; Cristock casi se ruboriza al comprobar que estaban
copulando. —Menuda forma de copular, desde luego estos neandertales lo hacen
todo a lo bestia.— Se quedó un rato observándolos. Se sentía un poco incómodo…
—Es como estar viendo la primera película pornográfica de la humanidad.— Se
empezó a dar cuenta que en realidad los impúdicos movimientos de la pareja no
se alejaban mucho, o nada, del acto sexual realizado por sus contemporáneos.
—En el fondo todos somos unos neandertales. Sólo que nos pasamos el día
disimulándolo.— Reflexionó Cristock sobre estas cuestiones en las que nunca
había meditado. Pero de pronto los dos neandertales se asustaron, como lo
harían dos ciervos en medio del bosque, y salieron corriendo. Le fastidiaron a
Cristock su momento filosófico, pero no tenía importancia, ya tendría tiempo de
volver a esa reflexión…….
Ahora tenía algo más importante entre manos, y es
que en el mismo lugar de la cópula, sin tener si quieras que mover el encuadre,
aparecieron en escena otros dos personajes: esta vez un neandertal y un duende.
El duende llevaba al neandertal enganchado por una de esas correas electrizantes.
El neandertal estaba ahora a cuatro patas; cualquier otro que viese esta escena
de repente, y a simple vista, diría que se trataba de un hombre paseando a su
perro, si bien un perro muy problemático. Los tirones que el neandertal estaba
dando a la correa hacían que el duende tuviera que ceder a sus movimientos.
Parecía que el calambrazo en el cuello no estaba funcionando esta vez.
—¡Diablos!— La fuerza del neandertal era enorme.
Estaba arrastrando consigo al duende, que casi parecía esquiar por el bosque.
Ya no era ésta la escena de un hombre paseando a su perro sino la de un perro
esquimal tirando del trineo de su dueño a toda velocidad. El duende era muy
persistente... A pesar del dolor y rasguños que, seguro, estaría sufriendo, no
soltaba la correa bajo ninguna circunstancia. Por fin un pequeño giro en la
carrera del neandertal, hace que la correa se cruce con el tronco de un árbol;
duende por un lado y neandertal por el otro. La cuerda se rompió con
brusquedad, incluso algunas chispas surgían de la rotura. Ambos cayeron al suelo,
pero el duende se levantó rápidamente; el neandertal en cambio se retorció
entre las hierbas y la nieve del bosque. Manteniendo siempre cierta distancia,
el duende se acercó al homínido, quien agarró su grueso cuello con las manos.
Debía haber sufrido un fuerte golpe en la garganta a causa de la correa, pero
se trataba de una especie muy fuerte, así que no tardó en ponerse de nuevo en
pie. Todavía aturdido, el neandertal se plantó frente al duende; éste intentó
coger algo de algún bolsillo o peto de su extraño atuendo. El neandertal lo
observó como extrañado. —Diría que acaba de inclinar la cabeza como un perro
curioso...—
Cierta violencia en los gestos del duende es lo
que seguramente haya avivado los instintos agresivos del neandertal, así que cuando
su adversario consiguió sacar ese aparato del interior de su traje, el
neandertal reaccionó golpeándolo en el pecho. El duende cayó al suelo pero
todavía tenía el aparato en su mano, por lo que el neandertal corrió hacia él y
se lo intentó quitar de las manos. Al hacerlo, durante ese breve forcejeo, tuvo
lugar otro chispazo, esta vez más fuerte, y esa especie de pistola electrizante
salió volando por los aires. El duende corrió hacia ella pero el neandertal fue
tras él y lo agarró por la espalda con los dos brazos. —El abrazo del oso...
Por Dios, si no lo suelta lo matará de asfixia.— Pero el neandertal no lo soltó
a pesar de los rápidos movimientos del duende, casi espasmos a juzgar por su viveza.
—En verdad se mueve con rapidez, más de lo que lo haría un ser humano de ese
tamaño, yo creo... O quizás se trate de movimientos que sólo ocurren en
momentos de máximo terror...¿? Como una madre que levanta un coche para salvar
a su bebé de la muerte. Aunque esto nunca he llegado a creérmelo...—
De pronto un tren invadió la pantalla de Tierra
1. A pesar de no tener sonido, la repentina y estroboscópica imagen del tren
provocó a Cristock un ligero sobresalto. Locomotora y corazón de Cristock iban
ahora a la par. Mientras, en Tierra 2, el neandertal continuaba abrazando al
duende, constriñéndolo como una serpiente. Ya el duende había dejado de moverse,
y el neandertal lo dejó caer al suelo. El tren en Tierra 1 desaparece de
pantalla en ese momento, haciendo así más simbiótica si cabe la relación entre
ambas pantallas.
El duende yacía en el suelo boca abajo. El
neandertal lo golpeó ligeramente con el pie y le dio la vuelta para verle la
cara. Ahora Cristock podía por fin verle el rostro al duende con detalle. El
neandertal se movió a por la pistola, dejando al duende ahí tirado, mirando al
cielo, y por tanto a Cristock. Duende y Cristock se miraron a la cara; ambos
estaban a 22 mil años luz de distancia y de tiempo, pero por un momento estaban
ellos dos solos en la galaxia...
Amplió digitalmente la imagen del rostro del
duende hasta ocupar toda la pantalla. El aumento era tan pronunciado que ni la
tecnología de la Lente con sus avances en interpolación podían hacer nada con
ese garabato de píxeles que Cristock observaba de forma compulsiva. Se arrimó a
la pantalla todo lo cerca que su vista le permitía, girando la cabeza hasta
hacerla coincidir longitudinalmente con la del duende, que, a pesar del
grotesco pixelado, se apreciaba bien cómo reposaba con los ojos abiertos.
Estaba tan metido en su descubrimiento que necesitaba sentir lo más cerca
posible a los protagonistas de SU historia. También era verdad que el alcohol
que circula en estos momentos por su cuerpo le hacía concentrarse en su trabajo
hasta el desbordamiento.
—¡...!— El rostro del duende acababa de
pestañear. No estaba muerto al parecer. Cristock se apresuró en alejar el
encuadre y cubrir de nuevo la zona del bosque donde había ocurrido la pelea. El
neandertal estaba inspeccionando la pistola, hasta cuanto sus limitados
conocimientos se lo permitían. Al comprobar que no se trataba de un palo ni de
una piedra, la dejó en el suelo y volvió a junto el duende. Nada más estar el
uno junto al otro, el duende, que se hacía el muerto, agarró de pronto una pierna
del homínido y éste reaccionó intentando escapar; pero no podía. El neandertal tenía
mucha más fuerza que el duende, pero algo había hecho reacción en la pierna del
neandertal que no le dejaba moverse con normalidad. Cojeaba, pero el duende no
le soltaba por muchos zarandeos que estuviera recibiendo. —¡No podrá aguantar
eternamente!—
Pero todo tenía que llegar a su fin. El
neandertal consiguió liberarse del cepo viviente y éste salió despedido,
rodando unos metros por el suelo. El neandertal, sin perder ni un segundo, se dirigió,
cojeando, hacia el duende, quien intentó escapar boca abajo arrastrándose por
el suelo. El neandertal lo alcanzó inmediatamente y, con la pierna sana,
aplastó de un pisotón la frágil espalda de su enemigo. Con un sólo golpe el
duende dejó de moverse, pero el neandertal le propinó otro, otro y otro,
haciendo gala de una frialdad animal. Continuó con sus aplastamientos hasta que
se quedó sin fuerzas y paró un rato para coger aire. Mientras tanto caminó
alrededor de su cadáver, sin dejar de observarlo. Una vez recuperadas las
fuerzas, cosa que ocurrió sorprendentemente rápido, volvió a la carga; esta vez
le pisoteó la cabeza una y otra vez sin descanso... La macabra imagen hacía que
Cristock dejase de mirar la pantalla durante unos segundos que consideraba al
fin y al cabo escasos de información, y esta reacción en un científico como él
es algo verdaderamente insólito.
De nuevo el tren pasó por la pantalla de Tierra 1 y Cristock de nuevo se
sobresaltó. El neandertal siguió golpeando con el pie en Tierra 2 mientras el
tren barría la pantalla de Tierra 1. Pisoteaba también su cabeza, pero ésta no
cedía, era dura incluso para la fuerza de es este hombre-animal. Finalmente
cogió una enorme roca y la dejó caer sobre la cabeza del duende. Unos minutos después,
el neandertal se marchó dejando atrás lo que para él también habría sido su mayor
pesadilla. Cristock se quedó con el duende. Contempló el cuerpo muerto y desangrado
de este personajillo. —Sangre roja... ¿Por qué será que me imaginaba un líquido
verde viscoso? Cómo es posible que sea tan iluso...¿? Esas películas de serie B
me están comiendo la cabeza.— El dorso del duende estaba totalmente destrozado,
pero la cabeza no parecía haber sufrido tanto como Cristock esperaba, tan sólo
una brecha causada por alguna arista del monumental pedrusco lanzado por el
homínido.
Igual que el neandertal, el tren desapareció de
la pantalla. Ya con un sueño capital, Cristock reprodujo vagamente y de forma
degradada el sonido que haría el tren en la lejanía. —Chucuchú, chucuchú, chucuchú, …— Y así se quedó unos segundos más,
rosmando y mirando la pantalla de Tierra 1, luego la de Tierra 2, luego Tierra
1, luego Tierra 2, Tierra 1, Tierra 2, Tierra 1… —¡¡Eureka!!—
A toda prisa, Cristock finalizó todos los procesos
de la Lente Espía y salió corriendo hacia su coche. Cuando llegó a casa se encontró
a su mujer e hija desayunando en la cocina. —¿Qué hacéis despiertas tan
temprano?— Preguntó Cristock respirando como un atleta; un atleta con traje y
corbata. La madre respondió que se iban a la piscina, antes del colegio, como
todos los jueves. A Cristock le importaba tan poco lo que le estaba diciendo,
que le cortó para darle la gran noticia: —Bueno... ¡Nos vamos de viaje!— ... Eleanor
preguntó, con una suspicaz sonrisa en la cara, que a dónde. Cristock hizo un
extrañísimo movimiento de baile y, con despampanante energía, dio un par de
taconazos en el suelo con las manos en alto. —¡A España!— Abby y Eleanor se
quedaron como estaban, ambas con la misma incrédula sonrisa, así que Cristock
sentenció la escena con un —¡Olé!—
Fin del capítulo 3