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viernes, 30 de mayo de 2014

XX

—Necesito un trago.— Ya estaba tardando Cristock en darle uso a su petaca de whisky. Y sin saber qué hacer, se quedó largo tiempo pensativo, mirando para las dos grandes pantallas. Una con la imagen del Telescopio, o sea Tierra 2, y aquel andamio de proporciones bíblicas, con duendes corriendo de lado a otro, siempre con prisas. La otra pantalla con vista de satélite, o sea la Tierra (1), y sus modernos edificios de Lampy-dae, ultra iluminados en plena noche, y separados entre sí por matemáticos carriles con vehículos circulando sin descanso. Las dos imágenes mostrando lo que Cristock suponía eran la misma porción de tierra pero en distintos momentos, distintas épocas. Pero ahora... —No tiene sentido. Bueno, nada de esto ha tenido nunca ningún sentido. ¡Es una locura! Ni pies ni cabeza...—

En realidad, el hecho de que el Cohete haya salido disparado en dirección a la Tierra, no excluye la posibilidad de que se trate de un mismo planeta. Recordando la teoría de Cristock, y si fuera cierta, la repetición del planeta Tierra en lo que llamamos Tierra 2 no sería más que un reflejo, un espejo enorme situado a 22 mil años luz. En este caso, por tanto, lo que Cristock habría visto no es más que el Cohete despegando de su propio planeta, hace 44 mil años, y en dirección al supuesto espejo.

Pero este viejo planteamiento ya carecía de interés para Cristock. Ahora la idea de una invasión alienígena se le presentaba en su cabeza como una bomba que arrasaría con todo pensamiento anterior. Además esta nueva motivación le hacía plantearse cuestiones que antes no barajaba, o no quería barajar. Pero sobre todo había una pregunta que sobresalía: —¿Cómo es posible que la raza humana, en todos estos siglos, ¡milenios!, no haya descubierto ni rastro de esos duendes ni de sus construcciones por todo el planeta? Es imposible que hayan desaparecido sin dejar huella, lo que descarta totalmente la posibilidad de tratarse de un mismo planeta...—


Dicho (pensado) esto, Cristock echó mano de nuevo a su desgastada petaca y bebió otro "poco" de whisky. —¡Agua de vida!— Desde que empezó toda esta historia de Tierra 2, Cristock había incrementado la afición a su querido aguardiente irlandés. Esto era así porque se sentía cada vez más vigilado. Su manía persecutoria estaba alcanzando el límite de la cordura. Todo sería más fácil si dejase a un lado su orgullo y aparcara ese afán de secretismo que le estaba volviendo loco.

viernes, 23 de mayo de 2014

XXI

Todavía quedaba noche por delante. Por primera vez el tiempo no parecía echársele encima a Cristock, así que intentó concentrarse más en el trabajo físico y no tanto en las conclusiones filosóficas, como solía antojársele. Era muy preferible sacarle el máximo provecho al Telescopio durante el tiempo que le era permitido, y ya cavilaría luego, en sus horas muertas, sobre estos porqués, cuándos y dóndes...

Así que, sin más preámbulos, se puso manos a la obra. Activó el Sistema de Anclaje de Movimiento (SAM) lo que hacía coincidir los movimientos de la Lente sobre Tierra 2 con los del satélite sobre su Tierra. De esta forma, automáticamente, todo lo que fuera viendo en el planeta alienígena, incluidos los desplazamientos de cámara, lo podría comparar con el suyo propio en tiempo real. Lo puso en práctica viajando largas distancias sobre Tierra 2. Barridos enormes de un lado a otro del planeta; de ambos planetas. El sistema de copiado funcionaba perfectamente.

—A ver, por ejemplo... New York.— Situó el punto de mira del Telescopio en el supuesto New York de hace 44.000 años, y la red de satélites hizo lo mismo exactamente al mismo tiempo. Este último mostró por supuesto el New York actual; una de las ciudades más pobladas del mundo y, a excepción del Central Park, todo un aglomerado de edificios y personas. Lo contrario ocurría, como era de esperar, en la imagen del Telescopio, ya que aquí sólo había vegetación; ni rastro de los Duendes.

Probó de esta manera con algunas de las más importantes ciudades del mundo: Tokio, Paris, Neo Reikiavik, Sídney, Hong Kong, Montreal, Río de Janeiro,... En ninguna de ellas encontró nada interesante en su equivalente Tierra 2, tan sólo nieve y/o vegetación. Decidió pues tomar un punto de forma arbitraria. —¡A voleo!—

Escribió coordenadas en el programa de la Lente; lo hizo sin mirar el teclado y presionó Enter como si la cosa no fuera con él... Había sido cosa del destino y de ello dependería lo que ocurriera a continuación.

—Parece que nos vamos a Europa. ¿O debería llamarla Eurasia...? Siempre tuve esa duda. ... Vaya, se está deteniendo y diría que va a parar en.......— Cristock se acercó a la pantalla. El paneo del Telescopio (y del satélite) atravesó todo el Océano Atlántico en dirección a Europa, pero parecía que se iba a detener en el mar sin llegar a pisar tierra. Cristock se acercó más a la pantalla y, con su mano, intentó acelerar el movimiento del paneo. Le echó imaginación moviendo la mano a modo de abanico y continuó, todavía más exagerado, soplando desde un lateral de la pantalla. La situación resultaba de un infantilismo tal que él mismo soltó alguna carcajada durante la operación, no sin continuar lanzando una tímida mirada a su alrededor, fruto de su todavía latente manía persecutoria.

El rápido barrido se transformó en lento paneo hasta por fin detenerse del todo. —¿…?— Cristock no estaba seguro de si había parado en mar o en tierra pues había coincidido justo en la costa española. Pero a esta distancia no estaba claro así que acercó el cuadro hasta el doble de aumento. Ahora sí estaba claro, y había habido suerte... —¡Tierra a la vista!— Mas por desgracia no había encontrado nada nuevo sino otro bosque nevado.


Por curiosidad miró en la pantalla de la red satelital, para ver el equivalente en la época actual. El ordenador indicaba tratarse de Carril, una pequeña ciudad de Galicia, comunidad de España. A simple vista parecía otra ciudad vacacional más, típica del país de Cervantes, con sus modernos edificios en primera línea de playa. Seguramente un antiguo pueblecito pesquero venido a "más" por la demanda de la superpoblación. —Ya no existen parajes como los de antes... Y no me refiero a las siempre artificiales reconstrucciones turísticas de cartón piedra. Qué hay de esos barquitos de madera, esas casitas de paja... Ahora todo es de metal, y frío, como este tren, que nada tiene que ver con los chucuchús de antes. … ¡Pi-piii!— Cristock estaba especialmente alegre (ebrio) esa noche. Se entretuvo persiguiendo ese tren que acababa de localizar desde la pantalla del satélite. Conectó un programa de seguimiento en la imagen satelital, lo que le permitía soltar las manos de los teclados y dejar que el ordenador siguiera el desplazamiento del tren automáticamente; y por supuesto el mismo movimiento se repetía también en Tierra 2. El constante y suave movimiento del tren  en plano cenital se hacía de lo más relajante, y a Cristock se le cerraban los ojos poco a poco...

viernes, 16 de mayo de 2014

XXII

—Zzz...— El tren seguía su curso y la pantalla del satélite artificial mostraba su recorrido. Lo mismo, por tanto, ocurría en la imagen de Tierra 2, aunque sin ningún tren en pantalla; tan sólo un constante paneo con suaves curvas sobre el bosque nevado de la España pleistocena.

Cristock abrió los ojos vagamente. Observó de nuevo el movimiento hipnotizante del tren, y de nuevo estuvo a punto de dormirse. En ese instante algo apareció en la pantalla de Tierra 2 y Cristock se apresuró a detener el programa de seguimiento automático de la imagen satelital, y por consiguiente la del Telescopio. Retrocedió un poco, hasta donde le pareció haber visto algo extraño. Era difícil ubicarse entre un montón de árboles sobre la nieve, como si de trocitos de pan nadando en leche se tratase. Pero aún así, a ojo, colocó el encuadre en el lugar que consideró acertado, y vaya si lo era. —¡Bingo! ¡Ahí está! lo que sea que sea...—

En el suelo nevado del bosque había movimiento, así que Cristock se apresuró en hacer zoom hasta ese punto. Como siempre, la imagen del satélite hizo lo mismo ya que el SAM actúa también sobre esta condicionante, y en su pantalla no se veía otra cosa que la vía del tren, solitaria, cruzando la pantalla en diagonal, con sus dos largos carriles metálicos y las respectivas traviesas de madera que los entrecruzan. Desde luego un cuadro que cualquier fotógrafo minimalista sabría apreciar. Pero Cristock no era fotógrafo, y menos aún minimalista, por lo que su atención se centró, por suerte, en la imagen de Tierra 2. En Tierra 2, y ya con el zoom terminado, se distinguían dos individuos, dos neandertales.

—¿Pero qué hacen estos dos? Aquí. Solos.— A Cristock le extrañaba porque sólo los había visto en grupo, cazando. Pero estos dos no estaban de caza; Cristock casi se ruboriza al comprobar que estaban copulando. —Menuda forma de copular, desde luego estos neandertales lo hacen todo a lo bestia.— Se quedó un rato observándolos. Se sentía un poco incómodo… —Es como estar viendo la primera película pornográfica de la humanidad.— Se empezó a dar cuenta que en realidad los impúdicos movimientos de la pareja no se alejaban mucho, o nada, del acto sexual realizado por sus contemporáneos. —En el fondo todos somos unos neandertales. Sólo que nos pasamos el día disimulándolo.— Reflexionó Cristock sobre estas cuestiones en las que nunca había meditado. Pero de pronto los dos neandertales se asustaron, como lo harían dos ciervos en medio del bosque, y salieron corriendo. Le fastidiaron a Cristock su momento filosófico, pero no tenía importancia, ya tendría tiempo de volver a esa reflexión…….

Ahora tenía algo más importante entre manos, y es que en el mismo lugar de la cópula, sin tener si quieras que mover el encuadre, aparecieron en escena otros dos personajes: esta vez un neandertal y un duende. El duende llevaba al neandertal enganchado por una de esas correas electrizantes. El neandertal estaba ahora a cuatro patas; cualquier otro que viese esta escena de repente, y a simple vista, diría que se trataba de un hombre paseando a su perro, si bien un perro muy problemático. Los tirones que el neandertal estaba dando a la correa hacían que el duende tuviera que ceder a sus movimientos. Parecía que el calambrazo en el cuello no estaba funcionando esta vez.

—¡Diablos!— La fuerza del neandertal era enorme. Estaba arrastrando consigo al duende, que casi parecía esquiar por el bosque. Ya no era ésta la escena de un hombre paseando a su perro sino la de un perro esquimal tirando del trineo de su dueño a toda velocidad. El duende era muy persistente... A pesar del dolor y rasguños que, seguro, estaría sufriendo, no soltaba la correa bajo ninguna circunstancia. Por fin un pequeño giro en la carrera del neandertal, hace que la correa se cruce con el tronco de un árbol; duende por un lado y neandertal por el otro. La cuerda se rompió con brusquedad, incluso algunas chispas surgían de la rotura. Ambos cayeron al suelo, pero el duende se levantó rápidamente; el neandertal en cambio se retorció entre las hierbas y la nieve del bosque. Manteniendo siempre cierta distancia, el duende se acercó al homínido, quien agarró su grueso cuello con las manos. Debía haber sufrido un fuerte golpe en la garganta a causa de la correa, pero se trataba de una especie muy fuerte, así que no tardó en ponerse de nuevo en pie. Todavía aturdido, el neandertal se plantó frente al duende; éste intentó coger algo de algún bolsillo o peto de su extraño atuendo. El neandertal lo observó como extrañado. —Diría que acaba de inclinar la cabeza como un perro curioso...—

Cierta violencia en los gestos del duende es lo que seguramente haya avivado los instintos agresivos del neandertal, así que cuando su adversario consiguió sacar ese aparato del interior de su traje, el neandertal reaccionó golpeándolo en el pecho. El duende cayó al suelo pero todavía tenía el aparato en su mano, por lo que el neandertal corrió hacia él y se lo intentó quitar de las manos. Al hacerlo, durante ese breve forcejeo, tuvo lugar otro chispazo, esta vez más fuerte, y esa especie de pistola electrizante salió volando por los aires. El duende corrió hacia ella pero el neandertal fue tras él y lo agarró por la espalda con los dos brazos. —El abrazo del oso... Por Dios, si no lo suelta lo matará de asfixia.— Pero el neandertal no lo soltó a pesar de los rápidos movimientos del duende, casi espasmos a juzgar por su viveza. —En verdad se mueve con rapidez, más de lo que lo haría un ser humano de ese tamaño, yo creo... O quizás se trate de movimientos que sólo ocurren en momentos de máximo terror...¿? Como una madre que levanta un coche para salvar a su bebé de la muerte. Aunque esto nunca he llegado a creérmelo...—

De pronto un tren invadió la pantalla de Tierra 1. A pesar de no tener sonido, la repentina y estroboscópica imagen del tren provocó a Cristock un ligero sobresalto. Locomotora y corazón de Cristock iban ahora a la par. Mientras, en Tierra 2, el neandertal continuaba abrazando al duende, constriñéndolo como una serpiente. Ya el duende había dejado de moverse, y el neandertal lo dejó caer al suelo. El tren en Tierra 1 desaparece de pantalla en ese momento, haciendo así más simbiótica si cabe la relación entre ambas pantallas.

El duende yacía en el suelo boca abajo. El neandertal lo golpeó ligeramente con el pie y le dio la vuelta para verle la cara. Ahora Cristock podía por fin verle el rostro al duende con detalle. El neandertal se movió a por la pistola, dejando al duende ahí tirado, mirando al cielo, y por tanto a Cristock. Duende y Cristock se miraron a la cara; ambos estaban a 22 mil años luz de distancia y de tiempo, pero por un momento estaban ellos dos solos en la galaxia...

Amplió digitalmente la imagen del rostro del duende hasta ocupar toda la pantalla. El aumento era tan pronunciado que ni la tecnología de la Lente con sus avances en interpolación podían hacer nada con ese garabato de píxeles que Cristock observaba de forma compulsiva. Se arrimó a la pantalla todo lo cerca que su vista le permitía, girando la cabeza hasta hacerla coincidir longitudinalmente con la del duende, que, a pesar del grotesco pixelado, se apreciaba bien cómo reposaba con los ojos abiertos. Estaba tan metido en su descubrimiento que necesitaba sentir lo más cerca posible a los protagonistas de SU historia. También era verdad que el alcohol que circula en estos momentos por su cuerpo le hacía concentrarse en su trabajo hasta el desbordamiento.

—¡...!— El rostro del duende acababa de pestañear. No estaba muerto al parecer. Cristock se apresuró en alejar el encuadre y cubrir de nuevo la zona del bosque donde había ocurrido la pelea. El neandertal estaba inspeccionando la pistola, hasta cuanto sus limitados conocimientos se lo permitían. Al comprobar que no se trataba de un palo ni de una piedra, la dejó en el suelo y volvió a junto el duende. Nada más estar el uno junto al otro, el duende, que se hacía el muerto, agarró de pronto una pierna del homínido y éste reaccionó intentando escapar; pero no podía. El neandertal tenía mucha más fuerza que el duende, pero algo había hecho reacción en la pierna del neandertal que no le dejaba moverse con normalidad. Cojeaba, pero el duende no le soltaba por muchos zarandeos que estuviera recibiendo. —¡No podrá aguantar eternamente!—

Pero todo tenía que llegar a su fin. El neandertal consiguió liberarse del cepo viviente y éste salió despedido, rodando unos metros por el suelo. El neandertal, sin perder ni un segundo, se dirigió, cojeando, hacia el duende, quien intentó escapar boca abajo arrastrándose por el suelo. El neandertal lo alcanzó inmediatamente y, con la pierna sana, aplastó de un pisotón la frágil espalda de su enemigo. Con un sólo golpe el duende dejó de moverse, pero el neandertal le propinó otro, otro y otro, haciendo gala de una frialdad animal. Continuó con sus aplastamientos hasta que se quedó sin fuerzas y paró un rato para coger aire. Mientras tanto caminó alrededor de su cadáver, sin dejar de observarlo. Una vez recuperadas las fuerzas, cosa que ocurrió sorprendentemente rápido, volvió a la carga; esta vez le pisoteó la cabeza una y otra vez sin descanso... La macabra imagen hacía que Cristock dejase de mirar la pantalla durante unos segundos que consideraba al fin y al cabo escasos de información, y esta reacción en un científico como él es algo verdaderamente insólito.


De nuevo el tren pasó por la pantalla de Tierra 1 y Cristock de nuevo se sobresaltó. El neandertal siguió golpeando con el pie en Tierra 2 mientras el tren barría la pantalla de Tierra 1. Pisoteaba también su cabeza, pero ésta no cedía, era dura incluso para la fuerza de es este hombre-animal. Finalmente cogió una enorme roca y la dejó caer sobre la cabeza del duende. Unos minutos después, el neandertal se marchó dejando atrás lo que para él también habría sido su mayor pesadilla. Cristock se quedó con el duende. Contempló el cuerpo muerto y desangrado de este personajillo. —Sangre roja... ¿Por qué será que me imaginaba un líquido verde viscoso? Cómo es posible que sea tan iluso...¿? Esas películas de serie B me están comiendo la cabeza.— El dorso del duende estaba totalmente destrozado, pero la cabeza no parecía haber sufrido tanto como Cristock esperaba, tan sólo una brecha causada por alguna arista del monumental pedrusco lanzado por el homínido.

Igual que el neandertal, el tren desapareció de la pantalla. Ya con un sueño capital, Cristock reprodujo vagamente y de forma degradada el sonido que haría el tren en la lejanía. —Chucuchú, chucuchú, chucuchú, …— Y así se quedó unos segundos más, rosmando y mirando la pantalla de Tierra 1, luego la de Tierra 2, luego Tierra 1, luego Tierra 2, Tierra 1, Tierra 2, Tierra 1… —¡¡Eureka!!—



A toda prisa, Cristock finalizó todos los procesos de la Lente Espía y salió corriendo hacia su coche. Cuando llegó a casa se encontró a su mujer e hija desayunando en la cocina. —¿Qué hacéis despiertas tan temprano?— Preguntó Cristock respirando como un atleta; un atleta con traje y corbata. La madre respondió que se iban a la piscina, antes del colegio, como todos los jueves. A Cristock le importaba tan poco lo que le estaba diciendo, que le cortó para darle la gran noticia: —Bueno... ¡Nos vamos de viaje!— ... Eleanor preguntó, con una suspicaz sonrisa en la cara, que a dónde. Cristock hizo un extrañísimo movimiento de baile y, con despampanante energía, dio un par de taconazos en el suelo con las manos en alto. —¡A España!— Abby y Eleanor se quedaron como estaban, ambas con la misma incrédula sonrisa, así que Cristock sentenció la escena con un —¡Olé!—


Fin del capítulo 3